29 diciembre 2013

Detox



…palabra que puede interpretarse como “desintoxicación” aunque suena más contundente. Y eso fue exactamente lo que hice en mis más recientes vacaciones.

Un día, en medio del agitado programa que me autoimpongo en los desplazamientos recreativos para procurar aprovechar hasta el último segundo y conocer hasta el último cm2, me pregunté por qué, a pesar del endemoniado ritmo, me sentía tranquilo, prístino, liviano, y otros adjetivos similares tan ajenos a los que vienen a la mente al procurar describir la urbe en la que habito.

Y entonces una mirada al entorno que me rodeaba me dio la respuesta.

No había motorizados zigzagueantes y amenazantes sintiéndose dueños de las calles.

No había afiches del muerto ni de sus acólitos.

No había, en el transporte público, personas que se subiesen a fracasar en su intento de parecer animosos, mientras repiten con voz mecánica “buenas tardes señores pasajeros, disculpen que le robemos un minuto de su tiempo y de su atención, somos un grupo de jóvenes que…..”

No había en la vera de las calles perros muertos, indigentes, latas de refresco aplastados, cartones de jugo fungiendo de hogar de las drosophila melanogaster, bolletes de papel higiénico usado, vómito, excrementos, indigentes (con o sin untura de vómito y/o excrementos), ni sustancias inidentificables.

No había gente malencarada, amargada y obstinada de vivir, eyectando su odiosa bilis en derredor (al menos no tropecé con ninguna, aun estando en lugares propicios para ello como mercadillos, aeropuertos y oficinas públicas)

No había adolescentes raquíticas de mirada hueca, preñadas y cargando un niño en brazos mamando de una desmirriada teta y sujetando a otro con la mano, ojalá el primogénito.

No había cadenas televisivas interminables mostrando un cacaseno vociferante, trasbocando su odio con acento cubanizado y gangoso.

No había vehículos “tuneados” perturbando las calles con sus reguetones distorsionados a todo volumen.

En resumen, no había una cantidad de cosas que me resultan odiosas, desagradables e insoportables y que se han transformado en parte integral de mi realidad diaria.

Lo que si había era víveres e insumos en abundancia, espacio despejado para caminar y clima frío, cosas todas estas que extraño en este eterno verano nacional orlado de escasez.

A casi un mes de haber llegado, me aferro a las cosas gratas que aún quedan en el contexto, para prolongar el efecto Detox y evitar transformarme en un alienado habitante de esta benesuela que, gracias al régimen, progresivamente se parece más a Burkina Faso y menos a Venezuela.

La foto está tomada en La Pobla de Vallbona, comunidad Valenciana, España