Como toda celebración que se respete, las vísperas de navidad y año nuevo tienen sus códigos, su idiosincrasia y su particular manera de celebrarse en Venezuela. Aunque en los tiempos actuales ha caído en desuso la costumbre de reunirse en alguna casona grande del vecindario (generalmente la de la familia mas numerosa), todavía abundan las veladas decembrinas tradicionales; y no hay venezolano que no haya ido al menos a una fiesta como esta.
EL AMBIENTE Y LA MÚSICA.
Generalmente las hijas menores de los anfitriones (y alguna que otra tía soltera que “ya se está quedando”) se dedican a limpiar escrupulosamente la casa, encerar los pisos, preparar los pasapalos, etc. Luego se acondiciona algún salón grande de la casa (o el garaje) para que haya espacio para bailar, se sitúan las sillas alrededor (propias y/o alquiladas a una agencia de festejos) y se echa mano de mesas, mesitas, banquetas, etc. para disponer los pasapalos y bebidas. No puede faltar el equipo de sonido y una buena dotación de cd piratas de gaitas viejas, recopilaciones de la billos y los melódicos, salsa de los setentas, pastor lópez (este último con mayor presencia en Zulia, Lara y Táchira) y lo que esté en boga para el momento, ya sea el yatusá, el reguetón, la sopa de caracol, la macarena, el meneíto o lo que suene ese año. Si está de moda alguna canción anglo pop (lo que los viejos llaman "música moderna"), se bailará en rueda, con todos los danzantes batiendo palmas y gritando al unísono "ju... ju... ju..." Impelablemente se escucharán varias veces “año nuevo vida nueva” y “sin rencor” y ya amaneciendo alguno sacará algún olvidado disco para hacer sonar “en aquel lugar secreto” de yordano o “canción para ti” de frank quintero, que los pocos asistentes despiertos cantarán con voz desafinada, aguardientosa y a todo gañote.
COMIDAS Y BEBIDAS
Independientemente del estamento social de los anfitriones, no faltará el pasapalo nacional por excelencia (tequeños), y algún que otro plato navideño, ya sea hallaca, bollito, cochino... el 31 se come lo que haya sobrado del 24. Hay bocaditos tradicionales que se resisten a desaparecer, como las ubícuas galletas de soda con diablito y mayonesa. El resto de la picada será bien ecléctica y podrá incluir desde caviar y paté hasta rodajas de mortadela “güevo ‘e burro” solas o empanizadas. La bebida oficial será whisky, y en algunos casos ron, y ponche crema para las señoras mayores y niños; pero siempre se guarda una botella de champaña, vino espumante o similar (según las posibilidades) para el brindis de costumbre, usualmente dirigido por el miembro de la familia anfitriona que hable más engolado y use más palabras domingueras.
LOS ASISTENTES
Aunque estos condumios cuentan con un variopinto catálogo de invitados, no faltan estos casos típicos:
- La señora bonchona y populachera a la que le apretaban los tacones de 10 centímetros que se puso a insistencia de su hija, y por eso se los quita al primer descuido y ya liberada de semejante tormento, baila con la misma soltura novedades como “mesa que mas aplauda” o viejeras como “que gente averiguá” en medias panty, sola o acompañada, batiendo palmas y animando a los que ya están aburridos, somnolientos o cansados.
- El borrachito que se quedó dormido en una silla y de vez en cuando espabila, mira su vaso medio lleno como quien ve a un viejo amigo, se echa un trago y vuelve a cabecear. A veces el borrachito solo puede abrir un ojo, pero como todo lo ve doble, pues igual se vacila su visión binocular.
- El galancito que se lleva para un oscuro rincón a alguna desprevenida (muchas veces a alguna mucama que no pudo viajar a su tierra porque no consiguió pasaje y por eso la llevaron a la fiesta) y le calienta insistentemente la oreja a ver si “corona”, para que esa suerte le dure todo el año que viene.
- El carajito ladilla que a las 3 de la mañana sigue con las energías intactas, como si tuviera una energizer metida entre el culo. Toca los adornos de la casa (y rompe algunos), la jala la cola al gato, cambia la posición de las ovejas en el pesebre, grita como si lo esuvieran acuchillando, fastidia a la mamá, despierta al papá, corre como un loquito por la sala donde están bailando, tumba la bandeja de galletas de soda con diablito (ya revenidas) que reposa en alguna mesa, y le hace la vida imposible a todo el mundo. Generalmente termina quemándose con un saltaperico o perdiendo los incisivos en una aparatosa caída, para mortificación de sus padres y sádica felicidad de la mayoría.
- La señora que agarra su hijo o nieto pequeño y se lo lleva para la pista y lo pone diz que a bailar, agarrándole los bracitos y estirándoselos y contrayéndoselos como si estuviese estimulándole la respiración a un ahogado. Casi siempre el chamito se la cala, por cansancio o por miedo al coñazo que le dan cuando no “baila” con su mamá (o abuela).
- El chamo que se queda dormido, y lo acuestan sobre dos sillas unidas, a las que usualmente llena de babas, ya que por la incomodidad duerme con la boca abierta. Si el chamo ha tragado mucho o ha bebido mucha coca cola, las babas tiñen de un tono marrón cobrizo la tapicería de las sillas, y hacen que quien las tenga que limpiar al otro día le saque la madre varias veces al dormilón (en ausencia, claro)
- La adolescente que se dedica toda la noche a hablar por teléfono (fijo o móvil) y luego se queja de que nadie la sacó a bailar y que nadie se fijó en su bello vestido exclusivo, casi siempre comprado en la boutique de "Elmer" (El mercado) aunque diga que lo adquirió en Zara u otra tienda "exclusiva" de algún centro comercial.
- El hembrón que sabe que está buena y pasea su espectacular anatomía ceñida en un vestido minúsculo y escotado por toda el contorno, despertando miradas lascivas, propuestas de todo tipo y envidia en otras féminas. A esta generalmente la busca una camioneta cara y llena de accesorios (faros antineblina, blindaje, luces de neón) para llevarla a "otra fiesta buenísima"... que casi siempre es privada y ocurre entre 4 paredes.
- El invitado (o invitada) que en gesto de solidaridad extrema, se dedica a ayudar a los anfitriones. Agarra las bandejas de pasapalos y los reparte, recoge los vasos, corrobora que haya papel tualé en los baños, lava los corotos y a veces se queda hasta al otro día para ayudar a limpiar.
- El que no tuvo infancia y al estilo “Don Fulgencio” pasa toda la noche quemando pólvora con los carajitos en el patio o en la acera, tripeándose el delicioso sonido de morteros y tumbarranchos y convirtiéndose en el héroe por un día de los chamos amantes del bullicio y el estruendo.
- El maniático de las doce en punto que en la víspera de año nuevo se toma la atribución de apagar el equipo de sonido mas o menos a 5 pa’ las doce y sintoniza una emisora de radio (casi siempre AM y de estrato “popular”) para que nadie se quede sin participar en la cuenta regresiva. Lo bueno es que hay quienes se guían por su propio reloj, entonces empiezan a dar el abrazo antes de tiempo, para desconcierto del susodicho.
- El pavoso empedernido (aunque casi siempre es una fémina) que insiste en escuchar “las uvas del tiempo” en voz de Raúl Amundaray, mientras llora a moco suelto. A veces complementa con “El año viejo” de Tony Camargo, y en los casos más patéticos, remata con “Noche de Paz” cantada por Pedro Vargas.
- Los clase media descendente que consideran algo marginal celebrar un condumio en una casa, pero van para no desairar a sus viejos conocidos o vecinos... y además porque no les alcanza el dinero para asistir a una celebración en clubes u hoteles de categoría. Se les reconoce por su vestimenta de marca, pero pasada de moda y su actitud de "todo les hiede, nada les huele".
- Los infaltables analistas políticos, que se reunen para hablar o discutir y en un santiamen equilibran la balanza económica, derrocan o acendran la tiranía, resuelven la corrupción, la pobreza y la molicie dela sociedad... todo hipotéticamente, claro ya que sus empleos como taxista, topógrafo municipal, recepcionista de hotel 2 estrellas o técnico de máquinas de esribir underwwod le impiden asumir la presidencia.
- Las señoras que se instalan a intercambiar por enésima vez sus recetas particulares de hallaca, dulce de lechoza, pernil de cochino, y la novedad que esté en boga ese año: sanduchón, torta melosa, torta de chocolate con mayonesa, dulce 3 leches, marquesa de chocolate y liviandades similares.
- Los nueva era, que impregnan la velada de ceremonias de diversa índole, que van desde prender velas de siete colores mientras riegan unos sahumerios y recitan mantras en sánscrito para atraer buenas vibras hasta las que en plena celebración se voltean las pantaletas en público, para atraer la suerte. Esta categoría incluye los que en víspera de navidad visten con extrañas ropas, cintas y regorgallas a un niño jesús de yeso, y los que en año nuevo salen corriendo con una maleta en una mano y dólares en la otra, los que lanzan una palangana de agua por la puerta, los que arrojan 13 monedas por encima del hombro, los que se atapusan un plato de lentejas a las 12 en punto (y mas tarde se las ingenian para disimular la peorrera) y los valientes que son capaces de tragarse una uva con cada campanada de año nuevo, con semilla y todo. Estos últimos son candidatos perfectos a mulas del narcotráfico, ya que esas enormes uvas transgénicas (y carísimas) que se consiguen por ahí no tienen nada que envidiarle a unos dediles.
- Los criticones que se sientan a observar a los asistentes para después desguazarlos. Que si esta repitió el vestido, que si aquel tenía una mancha de pepitona en la corbata, que si el peinado de la otra parecía un nido de azulejos... la versión sofisticada de estos últimos consiste en los que en los días subsiguientes o anteriores escriben textos como este.
El cerebro, el corazón y los sentidos invitan a dejar registro escrito de lo que nos acontece, de lo que observamos, escuchamos, paladeamos y vivimos día a día. Aqui presento mi visión personal del asunto.
10 diciembre 2005
03 diciembre 2005
Los Malandros de Dios
Pocas cosas me parecen más odiosas que la caricatura “Daniel el Travieso”. Sin pretender transformarme en moralista, simplemente me fastidia que se rinda pleitesía a un carácter problemático, pugnaz, irrespetuoso y cuya irreverencia está más cerca de la estupidez que de la inteligencia.
Pero en eso, como en casi todo, estoy del lado de la minoría. Ocurre que desde hace luengos años la cultura occidental privilegia al “malo simpático”. Y no solo la cultura occidental, al parecer los hechos también. Alguna vez escuché a alguien usar la expresión “los malandros de Dios” y me pareció que caía justa para definir ese tipo de personas que nunca se destacó en los estudios, no fueron buenos hijos, no eran especialmente serviciales ni solidarios, no amaban especialmente al trabajo, no tuvieron mucho escrúpulo a la hora de usar drogas recreativas, practicar o propiciar abortos y un largo etcétera, y resulta que terminan obteniendo los mejores privilegios, detentando las mejores fuentes de ingreso, ostentando los mejores carros, las parejas mas cotizadas, todo sin esfuerzo y como caído del cielo; cual privilegio divino que se les concede por su arrobador carisma, sus facciones armónicas o simplemente porque si.
A quienes han obtenido sus logros a costa de sudar grueso y cumplir a pies juntillas los valores tradicionales, esto les incomoda sobremanera, aunque se trate de no cavilar demasiado sobre el asunto, y menos aún, comentarlo. No tengo muchas referencias sobre escritos al respecto, recuerdo haber leído unos comentarios creo que de Aquilino José Mata sobre la novela brasileña “Ti Ti Ti” en la que se mencionaba la pugna entre dos diseñadores de similar fama, uno de ellos había logrado su éxito tras inconmesurables esfuerzos; y al otro se le había presentado de manera casi casual; la cosa sonaba interesante pero en aquel momento no supe valorar la relevancia de ese tema, que hoy me parece subexplotado; y no vencí mi habitual resistencia a presenciar culebrones, así que nunca supe si en verdad la historia trataba sobre esta temática.
El caso es que aunque el fenómeno es de vieja data, hoy parece más vigente que nunca ese desequilibrio, la constancia y la perseverancia no están de moda; o valen muy poco ante el azar. Esto lleva incluso a que las personas oculten el trabajo que algo les ha costado, para hacerlo parecer como un don, acrecentando paralelamente algunas de sus características individuales consideradas negativas, para sentirse un poco “malandro de Dios”, supongo que esa conducta lleva implícito la afirmación subyacente de ser un ente privilegiado, algo así como “soy una rata pero arriba hay alguien que me protege a pesar de eso, porque en el fondo soy bueno”.
De ningún modo esta conducta es exclusiva de personas poco ilustradas o marginales, de hecho hay ciertas profesiones muy lucrativas en las que es indispensable tener un pasado turbulento y hacer aparecer tus virtudes como un don natural casi inmerecido, para ejemplo los cantantes de rap (insisto en usar esa palabra aunque hoy suene mas cool llamar “hip-hop” a ese ritmo) Eminem y Vanilla Ice (caucásicos ambos), que se vieron forzados a inventar una niñez abusada y una vida en la calle que nunca experimentaron, para sonar creíbles como raperos y así vender más discos y ganar más dólares; pero el ejemplo más sorprendente es Paulo Coelho en el capítulo 1 de su novela autobiográfica “El Zahir”, donde tras algunas autoalabanzas como “¡entonces sabe quien soy!. ¡No es tan ignorante como parece!” o “no tengo un horario fijo para trabajar,(…), soy rico, famoso” se dedica a reforzar su carácter de “malandro de Dios”, rebelde, iconoclasta, exitoso y asquerosamente rico, tanto que debe ser mencionado en tercera persona, como si de una deidad se tratase: “El se rebela, recorre el mundo durante la época hippy, acaba conociendo a un cantante, compone algunas letras de canciones y de repente consigue ganar mas dinero que su hermana, que había estudiado (…)” y continúa, ya en primera persona. “compro algunos apartamentos, me peleo con el cantante, pero tengo dinero suficiente para pasar los siguientes años sin trabajar.” Es decir: todo mi éxito se debe a un don innato, y se me presentó a pesar de que ignoré los consejos de mis viejos e hice lo que me dió la gana.
Duro golpe para el ánimo y sistema de valores de los que si se dan duro estudiando y trabajando, y apenas tienen ingresos para vivir el día a día y cubrir sus responsabilidades; por lo visto merecen ese destino porque no les provoca ser hippies o irreverentes, fumar marihuana o tocar guitarra. Por ser tan convencionales, no están bendecidos con el don de ser malandros de Dios.
En lo personal, y aunque suene a gesto quijotesco, no pienso gastar ni un céntimo en libros de Paulo Coelho ni en caricaturas de “Daniel el Travieso”.
Pero en eso, como en casi todo, estoy del lado de la minoría. Ocurre que desde hace luengos años la cultura occidental privilegia al “malo simpático”. Y no solo la cultura occidental, al parecer los hechos también. Alguna vez escuché a alguien usar la expresión “los malandros de Dios” y me pareció que caía justa para definir ese tipo de personas que nunca se destacó en los estudios, no fueron buenos hijos, no eran especialmente serviciales ni solidarios, no amaban especialmente al trabajo, no tuvieron mucho escrúpulo a la hora de usar drogas recreativas, practicar o propiciar abortos y un largo etcétera, y resulta que terminan obteniendo los mejores privilegios, detentando las mejores fuentes de ingreso, ostentando los mejores carros, las parejas mas cotizadas, todo sin esfuerzo y como caído del cielo; cual privilegio divino que se les concede por su arrobador carisma, sus facciones armónicas o simplemente porque si.
A quienes han obtenido sus logros a costa de sudar grueso y cumplir a pies juntillas los valores tradicionales, esto les incomoda sobremanera, aunque se trate de no cavilar demasiado sobre el asunto, y menos aún, comentarlo. No tengo muchas referencias sobre escritos al respecto, recuerdo haber leído unos comentarios creo que de Aquilino José Mata sobre la novela brasileña “Ti Ti Ti” en la que se mencionaba la pugna entre dos diseñadores de similar fama, uno de ellos había logrado su éxito tras inconmesurables esfuerzos; y al otro se le había presentado de manera casi casual; la cosa sonaba interesante pero en aquel momento no supe valorar la relevancia de ese tema, que hoy me parece subexplotado; y no vencí mi habitual resistencia a presenciar culebrones, así que nunca supe si en verdad la historia trataba sobre esta temática.
El caso es que aunque el fenómeno es de vieja data, hoy parece más vigente que nunca ese desequilibrio, la constancia y la perseverancia no están de moda; o valen muy poco ante el azar. Esto lleva incluso a que las personas oculten el trabajo que algo les ha costado, para hacerlo parecer como un don, acrecentando paralelamente algunas de sus características individuales consideradas negativas, para sentirse un poco “malandro de Dios”, supongo que esa conducta lleva implícito la afirmación subyacente de ser un ente privilegiado, algo así como “soy una rata pero arriba hay alguien que me protege a pesar de eso, porque en el fondo soy bueno”.
De ningún modo esta conducta es exclusiva de personas poco ilustradas o marginales, de hecho hay ciertas profesiones muy lucrativas en las que es indispensable tener un pasado turbulento y hacer aparecer tus virtudes como un don natural casi inmerecido, para ejemplo los cantantes de rap (insisto en usar esa palabra aunque hoy suene mas cool llamar “hip-hop” a ese ritmo) Eminem y Vanilla Ice (caucásicos ambos), que se vieron forzados a inventar una niñez abusada y una vida en la calle que nunca experimentaron, para sonar creíbles como raperos y así vender más discos y ganar más dólares; pero el ejemplo más sorprendente es Paulo Coelho en el capítulo 1 de su novela autobiográfica “El Zahir”, donde tras algunas autoalabanzas como “¡entonces sabe quien soy!. ¡No es tan ignorante como parece!” o “no tengo un horario fijo para trabajar,(…), soy rico, famoso” se dedica a reforzar su carácter de “malandro de Dios”, rebelde, iconoclasta, exitoso y asquerosamente rico, tanto que debe ser mencionado en tercera persona, como si de una deidad se tratase: “El se rebela, recorre el mundo durante la época hippy, acaba conociendo a un cantante, compone algunas letras de canciones y de repente consigue ganar mas dinero que su hermana, que había estudiado (…)” y continúa, ya en primera persona. “compro algunos apartamentos, me peleo con el cantante, pero tengo dinero suficiente para pasar los siguientes años sin trabajar.” Es decir: todo mi éxito se debe a un don innato, y se me presentó a pesar de que ignoré los consejos de mis viejos e hice lo que me dió la gana.
Duro golpe para el ánimo y sistema de valores de los que si se dan duro estudiando y trabajando, y apenas tienen ingresos para vivir el día a día y cubrir sus responsabilidades; por lo visto merecen ese destino porque no les provoca ser hippies o irreverentes, fumar marihuana o tocar guitarra. Por ser tan convencionales, no están bendecidos con el don de ser malandros de Dios.
En lo personal, y aunque suene a gesto quijotesco, no pienso gastar ni un céntimo en libros de Paulo Coelho ni en caricaturas de “Daniel el Travieso”.
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