
Cuando era niño, escuchaba mucho una empírica correlación geomorfológico-caracterológica, que pregonaba que los habitantes de tierras montañosas son cerrados, tímidos e introvertidos por la ausencia de amplitud en el horizonte, en contraste con la franqueza, extroversión e impulsividad de los nativos de la tierra llana de ilimitado horizonte. No se que tanto haya de cierto en ello, ni de donde nació ese empeño de retratar al montañés como una especie de semisalvaje hosco. Lo que si puedo aseverar es que así como “la cabra tira p’al monte”, en términos generales los gochos tiramos pa’la montaña. Es una suerte de magnetismo atávico que nos impulsa a reencontrarnos con los escarpados paisajes y las vivencias que poblaron nuestros años mozos, magnetismo al cual no soy ajeno. Por el contrario, sigo su influjo con orgullo y placer.
Disfruto, como no, de los encantos de la playa, de las ventajas de la vida urbana, de la contrastante belleza de los paisajes desérticos, de la exuberante vitalidad de las selvas… pero nada me conmueve ni extasía como las montañas. En la tradición china, la montaña simboliza la elevación espiritual, el encuentro con el cielo. Y eso es exactamente lo que siento cuando me sumerjo en la contemplación de un paraje montañoso. Puedo permanecer por horas siguiendo las evoluciones de los patrones luz-sombra sobre las faldas, las metamorfosis de las nubes, las variaciones en los tonos desde verde hasta gris plomo según la distancia a la que esté la vertiente y la orientación de la luz, el inesperado brillo plateado de las hojas del yagrumo… y también disfrutar de gozos mas terrenales como la sencilla, abundante y sabrosa comida que suele acostumbrarse ingerir en estos parajes, con el aliciente de ese frío natural que abre el apetito.
Quizás, como dijo alguien que conozco, esas cosas sean “puras pendejadas”. Pero creo que cada quien es libre de disfrutar de las “pendejadas” que prefiera, ya sea jugar Playstation, leer a Corín Tellado o aprender lenguas muertas. Yo me escapo a mis montañas cada vez que puedo, y pocas veces me siento más auténtico que en tales ocasiones.
La foto fue tomada por Pablo hace pocos días, en el estado Mérida.