Hay muchos motivos para que los venezolanos nos sintamos orgullosos de serlo. Pero en muchos de esos motivos, no tenemos mérito alguno. El Salto Angel, Los Roques, La Loma del Viento, el Pico Bolívar, la Laguna de Tacarigua, el Lago de Maracaibo y un largo etcétera ya estaban allí incluso antes de la aparición de los primeros pobladores de estas tierras. Por eso, es doble mi orgullo cuando el motivo de marras es fruto del esfuerzo humano, aunque la naturaleza haya dado una ayudita.
Hace poco estuve en la Hacienda Santa Teresa, donde se cultiva la caña que da origen a algunos de los rones más exquisitos del mundo (y no estoy exagerando, como ronero consumado puedo dar fe de ello), y debo decir que mi ego nacionalista se infló como una vela al viento. Las vastas y cuidadas plantaciones, la detallada explicación del proceso de producción del ron desde la melaza hasta la mezcla de los caldos, la serena belleza de las conservadas edificaciones del lugar, la cata dirigida de los rones por orden de antigüedad; además de la presencia de una especie de felicidad inmanente; todo ello me habla de un país que se resiste a ser arrastrado por la marginalidad y la desidia que parece brotar de la fácil y malbaratada bonanza petrolera. En la hacienda Santa Teresa sentí que siguen vivos los sueños de una Venezuela que cree que el bienestar futuro se construye con emprendimiento y constancia más que con “viveza criolla”, reconcomios heredados o ideologías caducas.
Aunque la entrada a la hacienda es gratuita, la visita guiada y la cata no lo son, y es preferible reservar de antemano; hay un restaurante en el que también debe reservarse con anterioridad, ofrece platos de gratos sabores, pero lamentablemente está más orientado hacia la nouvelle cuisine reinterpretativa de porciones minúsculas que hacia la generosa tradición de comida abundante propia de nuestra tierra. Eso si: los precios de los rones en la bodega son una golilla!
Referencia web: http://www.ronsantateresa.com/site_spa/07c_ruta_ron.php