
Imaginemos una adolescente seleccionando cosméticos: Busca, inquiere, indaga, visita 5 o 6 comercios, pregunta y repregunta hasta conseguir el producto específico, que le de a su piel o a su cabello el tono y textura exactos, que tenga el aroma, consistencia e imagen que siempre busco, de marca reconocida y que sirva para impresionar a sus coetaneos(as).
Esa misma pasión la puse, hace pocos días, para comprar una cinta métrica. Consegui el modelo ideal: 7,5 mts. (mas larga tienden a enredarse), retorno automático, escala en cm. y pulgadas por ambas caras, y doble gancho con imán en el extremo. Una maravilla; por supuesto más costosa que las cintas métricas comunes, pero muy operativa y (por supuesto) muy eficaz para dejar boquiabiertos a colegas, ingenieros, maestros, albañiles y obreros. De modo que cuando se presentó la oportunidad de efectuar un viaje laboral relámpago a los centros de distribución de Barcelona y Maracaibo, lo primero que zampé en el maletín (solo llevaría equipaje de mano) fue la cinta de marras.
Mi ilusión recibió un balde de agua fría en el aeropuerto. Una funcionaria con cara agria me informó que esos objetos no podían llevarse en el equipaje de mano, por no se cual regulación (otra que le debemos al extremismo islámico). La aerolinea se negó a despacharmela en el vuelo, ya que no llevaba equipaje, salvo el bolso de mano. En el aeropuerto de Maiquetía no existe servicio de consigna. Y de ningún modo iba a dejársela a los funcionarios. De modo que las opciones eran : regalarla, destruirla, o perder el vuelo.
Alguien en la aerolínea me sugirió "déjesela a Norato, el que embojota maletas, que tiene fama de honesto". Hablé con Norato, quien se encargó de reiterar que el no se llamaba Honorato sino Norato, y me recalcó que me quedase tranquilo, que el me guardaba la cinta. Así que le consigné la cinta al susodicho, separándome de ella como la uña que se separa de la carne.
Luego del acelerado periplo (en el cual, por supuesto, eché de menos la cinta métrica), volví al día siguiente y me topé con Norato. Le recordé lo de la cinta y dijo "Ah.... Claro! la cinta!... la dejé en casa, pero yo vivo cerca. Ya se la busco" Mal pitido. Me sonó a que el fulano se había olido el enorme valor de la herramienta, y la había guardado pára si. Pero ya que estaba, y no tenía tanto apuro, decidí esperarlo.
Cuando ya estaba apunto de irme, petrificando mi creencia en que el 99% de los venezolanos somos deshonestos, y que nada nos caracteriza más que ese caribismo, esa odiosa viveza criolla que tan visceralmente detesto... se aparecio Norato montado en un mototaxi, tremolando la cinta como si fuese un estandarte; barriendo con mis pronósticos oscuros y haciéndome pensar que, independientemente de la presencia del innombrable y su caterva de tracaleros refocilándose en las mieles del poder y haciendo rapiña con los recursos de todos, existen motivos para creer en la posibilidad de rescatar la honestidad, la nobleza, la ecuanimidad y otros valores perdidos.
Y lo mejor de todo, recuperé mi adorada cinta, que figura en la foto junto a mi hermano Walter, mi sobrina Anna Maria, su esposo Rodrigo y este humilde servidor.