La respuesta es simple: Escapando del chavo-madurismo

Y la explicación es la siguiente (para aquellos que no temen leer más de 150 caracteres)
Esta historia no es trágica, ni siquiera impresionante u original, es simple, como
si a la proverbial rana de la conocida anécdota del agua que se va calentado
hasta hervir, se hubiese escapado de la olla antes de que fuese demasiado
tarde.
Confieso que en mi adolescencia tuve mi acercamiento ideológico a la
izquierda civilizada, representada en aquel entonces por Felipe González en
España, François Mitterrand en Francia o Teodoro Petkoff en Venezuela; pero al
tomar conciencia de cuan aguda es la izquierda para criticar, defenestrar en manifestaciones,
obras plásticas o musicales y ridiculizar a los gobiernos tiránicos de signo
opuesto (Pinochet, por ejemplo); versus su ceguera para atreverse a tocar ni
con el pétalo de una rosa a las tiranías afines (Fidel Castro es el caso
emblemático), decidí alejarme de esa tendencia.
Mientras
viví bajo el signo del chavismo en Venezuela, siempre sentí estar nadando
contra corriente. Mis progresos laborales y económicos se aplanaban ante un
entorno caracterizado por su moneda cada vez más débil, su tejido cultural cada
vez más provinciano y endogámico, la progresiva desaparición del acceso a
ciertos elementos propios de un país sano y globalizado, y la creciente
inseguridad.
Cuando
en 2009 finalmente pude viajar fuera de Suramérica por primera vez
(anteriormente, solo había viajado brevemente a Colombia y a Argentina; el
alcance de mis viajes estaba signado por motivos económicos), caí en cuenta de
la abismal brecha en calidad de vida que existía entre mi país y otras naciones
que si habían entrado en el siglo XXI. Esta impresión se consolidó en mis
sucesivos viajes de 2011 y 2013; año en el que tomé la decisión de irme de
Venezuela; a pesar de tener factores en contra como mi edad, entre otros.
Hay tres
elementos (de muchos) que quiero citar como los motivadores primordiales de tal
decisión:
1) 1) El circo montado con la muerte
de Chávez, y prolongado con el descarado robo de las elecciones de 2013, ante
una oposición que me lució excesivamente ingenua, poco combativa y si se
quiere, cómplice.
2) 2) El creciente poder e influencia
de los militares y cúpula chavista, exhibido impúdicamente, y aceptado
(disfrutado, incluso) por muchos juanbimbas en una especie de síndrome de
Estocolmo general.
3) 3) La deliberada (y tristemente
exitosa) estupidización progresiva de la sociedad, a través de un diseño
curricular educativo cada vez más pobre y poco exigente; con el contubernio de
unos medios de comunicación cada vez más chabacanos, ramplones, carentes de
identidad y desprovistos de oferta cultural.
Aparte
de esto hay situaciones anecdóticas puntuales, como la muerte, por atraco a
mano armada, de un vecino frente a mis ojos en la puerta del edificio en que
vivíamos (en un sector anteriormente clase media que se depauperó con la
invasión de un edificio por okupas pro gobierno y la construcción de un
megabloque de viviendas para malandros chavistas en las inmediaciones) y la
destrucción de mi automóvil por una lluvia de pedradas -peñonazos más bien-
venidas desde el barrio marginal (villa miseria, favela) adyacente al
estacionamiento de dicho edificio sin motivo conocido alguno -excepto la
envidia- y sin que se pudiera hacer nada al respecto; todo esto actuó como
detonante hasta que en 2016 finalmente pude emigrar.
El
resto, cualquier migrante venezolano no enchufado lo sabe, porque es similar
para todos. La dificultad inicial, el surgir paulatino y sobre todo, la
sorpresa al ver como ha calado y se ha extendido el discurso miserabilizador
del castrochavismo en otras tierras.