07 septiembre 2024

Etiquetas Desvaídas y Confesiones de Parte.

Comienzo este escrito recordando el “Yo soy yo y mi circunstancia” de Ortega y Gasset; con la siguiente verdad incontrovertible: Soy Venezolano. Da igual que tenga 50% de sangre italiana y 25% de sangre libanesa. Nací y viví hasta los 48 años en la alguna vez llamada “tierra de gracia”, al norte del sur. Y eso implica que lo que allí ocurre, lo que a ese país afecta, lo siento como propio, viva donde viva y aunque no haya pisado su suelo desde 2016. De manera que mi perspectiva pasa inevitablemente por ese prisma, como también por el prisma de mis vivencias personales. Esas vivencias del que alguna vez fue un joven que creyó en la izquierda, que se ilusionaba con la esperanza de un mundo igualitario y en paz, con el aplanamiento de las diferencias sociales y culturales, con la hermandad del hombre y demás ideales de hermosa utopía. En 1998, cuando el militar golpista Hugo Chávez ganó la presidencia de Venezuela, esa fe en la izquierda, si bien baqueteada por el análisis de las realidades de los gobiernos de este signo (La Rumania de Ceaucescu, Cuba, China, Norcorea…), persistía con cierta solidez. Por eso, me resultó chocante cuando empezó a hablar de socialismo como modelo de su gobierno un militar de medio pelo que además intentó tomar el poder por la fuerza unos años antes. Un gañán barriobajero malhablado, resentido, carente de retórica y de capacidad reflexiva, que en nada se parecía a mis referentes de izquierda: Américo Martín, Teodoro Petkoff, Héctor Mujica en Venezuela o François Mitterrand, Felipe González, Willy Brandt en Europa. “Es que esto no es socialismo” me decían mis amigos de izquierdas y me decía al principio yo mismo al empezar a ver el catálogo de desastres, el grotesco autoritarismo y la impúdica voluntad de perpetuarse en el poder del chavismo. Pero si no era socialismo ¿Por qué los líderes socialistas de todo el mundo aupaban a Hugo Chávez y lo endiosaban como a un prócer? Y así me fui alejando de aquella ideología con la que simpaticé en la juventud, y con la distancia empecé a ver sus incongruencias (como la de toda ideología)… y aquella especie de “sello de calidad”, de asociación a lo moralmente superior, a lo solidario, a lo vanguardista que en mi mente era inherente a la etiqueta de “izquierda” se desvaneció por completo. “Es que aquello no es socialismo” siguen repitiendo cual gastado mantra hoy en día algunos amigos izquierdistas en referencia a la dictadura de Maduro, a su vulgar fraude electoral (que enciende las ganas de indagar retrospectivamente cuantas marramucias hubo antes), a su flagrante violación de los derechos humanos, a su odio generalizado a la población venezolana. Todo ese caos y dolor ha servido al menos para dos cosas: Por un lado, para evidenciar el profundo racismo y sentido de la superioridad de buena parte de la izquierda española y europea que, o bien respalda frontalmente al madurismo (Podemos, Bildu, Francia Insumisa, Movimiento 5 Estrellas) o bien mira hacia otro lado y si lo condena, lo hace de forma tibia (PSOE, PS Francés, etc). Su argumento parece ser que Venezuela necesita un gobierno fuerte que “luche contra el fascismo” como dejó entrever el vomitivo Juan Carlos Monedero (que apellido tan acertado!), uno de los principales lacayos lamebotas de Maduro, junto al aún enmudecido José Luis Rodríguez Zapatero. O sea, que Venezuela se joda, lo importante es que no gobierne “la derecha”, categoría que en su cosmogonía significa todo lo que no esté alineado con su ideología autoritaria. Y esto nos lleva al segundo punto: La gran salida de closet, la confesión de parte que para la izquierda mundial ha significado el empeño madurista de atornillarse en el poder. Salvo honrosas excepciones como Boric en Chile o González en España, casi todos los demás presidentes y expresidentes de izquierda y sus voceros han hecho todo tipo de contorsiones lingüísticas para evitar condenar directamente a Maduro. Desde el silencio atronador de Sánchez hasta el llamarlo “un tipo desagradable” de Lula, pasando por el risible llamado a “preservar el legado del comandante” del Cristina Kirchner en Argentina. No se atreven a condenarlo porque en el fondo quisieran ser como el. Quedarse en el poder indefinidamente, sin importar que ello implique apresar niños, matar manifestantes, dejas a un país en la miseria mientras sus amigotes militares y boliburgueses roban miles de millones de dólares. Y si. Maduro si es socialismo. Aquello si es socialismo, una ideología que evolucionó de muy mala manera.

18 mayo 2024

...Y las gallinas derrotaron a la gramática.


Hace ya muchos años, dialogando con una persona mayor de origen rural en mi tierra natal, se me ocurrió sugerirle que pusiese su dinero en una cuenta bancaria. Me respondió que era una buena idea, pero que no lo iba a “poner” sino a “colocar” en la cuenta. Yo intenté, con la escasa credibilidad y el nulo predicamento que puede tener un adolescente citadino ante un cazurro campesino andino, explicarle que el verbo “colocar” añadía unos matices de intencionalidad y exactitud que eran innecesarios en ese caso; en el que bastaba con usar el común, cotidiano y extendido “poner”. Su respuesta fue: “pero es que las que ponen son las gallinasnnn” con esa “N” añadida al final, tan entrañable y odiada; tan típica de la ruralidad tachirense.

Con lo cual, había indicios de que en mi lar nativo, el verbo poner había sido secuestrado por las gallinas, para hacer referencia exclusivamente al acto de desove de su especie.

No resulta tan de extrañar, después de todo mi tierra es muy gallinera. Desde el uso muy extendido del toponímico “Pata ‘e gallina”, aplicable a cualquier paraje en el que un camino se trifurca, hasta la afición por el hervido de gallina como aglutinante familiar dominical en el hogar de la abuela; condumio de honor para invitados de confianza, o “matarratón” post parranda.

Así que, medio en broma y muy en serio, a veces cuando intentaba referirme al Táchira, hacía paráfrasis como “el lugar donde el verbo poner es exclusivo de las gallinas” (esto, por su puesto, sin menoscabar ninguna de las virtudes de mi terruño, al que sigo amando incondicionalmente).

Y aquí estoy yo, en pleno 2024, enterándome de que el mal se ha extendido por toda Venezuela, según (entre otras fuentes) el X (antes Tuitter) de la RAE: https://x.com/RAEinforma/status/1526529161816326145 y la investigación “El neologismo poner y colocar en el habla cotidiana de los venezolanos”, de J.A. Rojas Saavedra, publicado en la revista “Cambios y Permanencias” Nº 13 y recuperado de: https://revistas.uis.edu.co/index.php/revistacyp/article/view/13327

De este último escrito, rescato este párrafo, que me parece muy descriptivo y casi demoledor:

“Esta investigación muestra algunas consideraciones puntuales acerca del uso, los inconvenientes, la confusión, la ambigüedad en el significado, las creencias erróneas, la falta de conocimiento, la negligencia personal, la alternancia, la mezcla de usos, las construcciones con formas verbales entreveradas, la ultracorrección por sustitución de sentido y la desemantización o desplazamiento del valor significativo de los verbos poner y colocar.”

Esa terrible costumbre hace que se escuchen involuntariamente expresiones tan ramplonas y disonantes como “Mi hija se colocó malita con la gripe”, “Maigualida, no te coloques otra vez el vestido verde, que lo has repetido mucho”, Ayer me coloqué a pensar si vale la pena colocar plata en ese negocio” y demás frases, que parecen dichas por personas “colocadas” en el sentido ibérico del término, es decir, drogadas.

Así que, por lo visto, ganaron las gallinas.

Y con ese inesperado triunfo avícola, los huesos de mi paisano Andrés Bello, que tanto hizo por la gramática castellana, deben estar dando vueltas en su tumba como un pollo en brasa… o mejor dicho, como una gallina colocada a las brasas.

12 mayo 2024

2 Recuerdos borrados, 1 recuerdo perdido y 1 recuerdo surrealista


Creo que es hecho común la aparición repentina de un recuerdo que se queda rondando en la mente por días, hasta que la dinámica del día a día lo engaveta de nuevo en un baúl de apertura aleatoria, cuya cerradura raras veces funciona a voluntad. Cuando eso me pasa procuro, no obstante, evaluar el recuerdo; buscando darle una segunda vida a aquellos que lo ameriten, y así regresarlos a su baúl con una nueva capa de vivencias.

No obstante, encontrar que ese recuerdo está perdido en un limbo, o que nadie más lo evoca resulta un poco frustrante, y a menuda deja la sensación de que la mente nos está traicionando y tal vez convertimos un sueño o un deseo en recuerdo; cosa que ocurre también. No ayuda el paso de los años, que hace más difícil la diferenciación entre unos y otros.

Así que hoy me propongo, si no arrojar luz, al menos exorcizar por medio de la escritura cuatro recuerdos recurrentes de los que no encuentro evidencia, y en los que tengo mi hipótesis sobre el por qué ello ocurre.


1) EL ARRASE NO FUE SOLO DE LA TIERRA, TAMBIÉN DEL DOCUMENTO: Desde hace tiempo, cada varios meses me viene a la mente un texto que leí en 2000 o 2001 sobre la “operación tierra arrasada”, en alguno de los portales de noticia que estaban en boga en esa Venezuela aun parcialmente encandilada con el oropel de las promesas chavistas; que todavía podían sonar frescas aunque ya empezaban a expeler tufo a descomposición. Recuerdo claramente haber visto en las páginas de analitica.com, de noticias24.com o website similar un texto (que incluso descargué y archivé en su momento) llamado “operación tierra arrasada”. El texto en cuestión, que supuestamente se había filtrado desde las esferas gubernamentales, constituía la hoja de ruta para “refundar la patria socialista” (o algo así de rimbombante y engañoso); lo cual requería eliminar el sistema productivo, cambiar las leyes vigentes, deshacerse de los “inadaptados” que no se amoldasen al nuevo orden gubernamental, etc. El devenir de los acontecimientos posteriores me ha demostrado cuan claramente ha sido seguida esa hoja de ruta, y me ha entrado curiosidad por indagar que otra táctica destinada a permanecer en el poder manejará la dictadura.

El problema es que el texto parece no existir más.

Aparte de que buena parte del material digital que traje en mi migración se perdió en 2017, incluyendo el archivo con este texto; no existe reseña alguna, evidencia alguna, referencia alguna que haya podido encontrar al respecto. Dudaría de la existencia de tal documento, si no fuera porque he confirmado con alguna que otra persona que aún lo recuerda. Para más sinergia perversa, ese guion de como destruir un país fue muy poco leído, supongo que por su paquidérmica extensión y por su ramplonería farragosa (está escrito con esa estilo que mezcla pseudo épica, resentimiento y queja plañidera, tan común en la izquierda latinoamericana, y ahora también, en la norteamericana y española). Ni wayback machine ni las más acuciosas búsquedas en internet muestran nada relativo a este recuerdo, y si referencias similares provenientes de otros países y signadas por el típico libreto de villanización del capitalismo. Pero no me doy por vencido.

 

2) CUANDO ARISTÓBULO DIJO QUE EL VOTO ELECTRONICO ERA PARA HACER TRAMPA: Es cosa común en algunos políticos con más pragmatismo que convicciones (o moral) el cambiarse de partido, “saltar la talanquera”. El fallecido Aristóbulo Istúriz era experto en estas lides, pasando de AD al MEP, luego de nuevo AD, seguido de Causa R, luego PPT hasta recalar en el puerto seguro del PSUV institucional chavista. Durante sus tiempos de PPT, este partido era parte de la quincalla ideológica que se aglutinaba en torno a Chávez, y que incluía desde el partido comunista hasta la derecha militarera rancia.

Hubo un breve tiempo en que por algún motivo el PPT disentía de las políticas de aquel reyezuelo caprichoso y omnipotente en que devino el susodicho Chávez a su retorno al poder luego de abandonarlo cobardemente en 2002, cuando aquellos incidentes en los que, mediante un código de fácil interpretación en una insufrible cadena televisiva, ordenó a sus sicarios de Puente Llaguno disparar a los integrantes de la marcha opositora que exigía su dimisión. Durante aquel tiempo (2003 o 2004), Aristóbulo Istúriz dio una entrevista al canal televisivo Venevisión en la que, en referencia al nuevo sistema de voto electrónico que estaba por implementarse, por parte de para el aquel entonces integrante “neutral” del Consejo nacional Electoral Jorge Rodríguez (ficha dura del chavismo radical más absolutista, luego de quitarse su mal aplicado barniz de imparcialidad) y la empresa Smartmatic. En aquella entrevista, Aristóbulo dijo algo así como “esas máquinas de votar son una trampa, porque si le mueves la palanquita para acá, el voto viene para acá y si se la mueves para allá, el voto va para allá”. La persona que veía esa entrevista conmigo (lamentablemente ya fallecida) comentó que eso hubiera debido grabarse, para poner de manifiesto el fraude que seguramente iba a ocurrir… y que efectivamente ocurrió (y siguió ocurriendo)

Nadie más que conozca recuerda esa entrevista, y he encontrado un total de cero alusiones a ella en la red. Es más, ni siquiera he encontrado referencias a esos tiempos en lo que Aristóbulo pudo ser considerado como parte de la oposición. Los panegíricos que ha escrito el oficialismo luego de su muerte obvian su pasado da saltos partidistas y sus tiempos (semanas, quizás pocos meses) de oposición al todopoderoso régimen que destruyó, y a esta fecha sigue destruyendo, a Venezuela.


Para estos dos casos, creo saber lo que pasó: La contratación del borrado digital. Hay diversidad de empresas que, luego del correspondiente pago, se encargan de gestionar el borrado de los post, datos, etc. que no sea necesarios para los fines que fueron recogidos. Esta laxa definición abre la puerta a la posibilidad de que alguna(s) de las muchas compañías que se dedican a este fin y que ofrecen servicios como borrado de noticias de internet. Y esto es pan comido, considerando la ingente cantidad de recursos con la que cuenta el régimen; recordemos que en la Venezuela chavomadurista, el estado es el gobierno, por tanto este cuenta con todos los recursos nacionales a su disposición.

 

3) EL RECUERDO PERDIDO DEL HOMBRE CON CARA DE CULO: En 1993, con una internet incipiente y una telefonía móvil en pañales, las guías telefónicas reinaban como los vademécum absolutos de los números de teléfonos de los usuarios. Para facilitar la comprensión de aquel lector (de haberlo) nacido despues de los años 90s, explico que en aquella sociedad primitiva no estaba extendido el uso de la telefonía móvil, no había ningún dispositivo electrónico que almacenase los números de teléfono de nuestro interés, y nos comunicábamos usando un teléfono fijo, obsoleto aparato que no iba dentro de nuestros bolsillos sino fijado a la pared o ubicado sobre una mesa en casas, oficinas, etc. Dado que no había un lugar electrónico donde consultar los teléfonos si necesitábamos llamar a una persona, oficina, comercio o institución, recurríamos a la guía telefónica, un índice físico, impreso (¡horror!) que listaba los nombres del propietario de la línea y su teléfono respectivo, ordenado por ciudades. Las líneas personales estaban en las páginas blancas, y las comerciales en las páginas amarillas. En aquel año, la guía telefónica vigente en la ciudad donde vivía (San Cristóbal, estado Táchira, Venezuela) incluía los estados de la región andina, Táchira, Mérida y Trujillo.

Esta larga introducción busca contextualizar el hecho de que en la guía de ese año, alguien hizo una broma pesada, de modo que el nombre (que no recuerdo exactamente) de uno de los propietarios del línea del estado Mérida figuraba asi:

Marcano González, Juan Antonio CARA DE CULO…… 789 12 00 34

El tema propició bromas e hipótesis varias, y creo recordar que el destinatario de la broma demandó a la compañía telefónica y recibió una compensación económica acorde.

Lo malo es que ninguno de mis amigos lo recuerda.

En este caso, también he buscado en la red, sin resultado alguno. Si no permanecieran de modo tan vívido en mi mente las imágenes de cuando, animados por alguien que nos dijo “vamos a buscar en la guía al tipo al que le escribieron cara de culo”, un grupo de amigos encontramos la referencia y estuvimos riéndonos juntos un buen rato, diría que es una traición de mi memoria. Pero en el próximo caso, esa sensación se acentúa más aún.

 

4) LA ESCENA DE “BLUE VELVET” QUE NUNCA EXISTIÓ: El día en que fui al cine a ver “Blue Velvet” en 1987, más de la mitad de los asistentes abandonaron la sala a lo largo del filme, quizás incapaces de entender la mordiente trama o las sutiles referencias. Era en general un público más acostumbrado a la acción de “Rambo” o al sentimentalismo barato de “La Hija de Nadie”. Pero yo y quienes fueron conmigo estábamos atornillados a la butaca, arrobados por lo diferente, por lo inusual. Era como un accidente vial con muertos, te puede parecer horrible pero no puedes dejar de verlo. Uno de los aspectos que más me cautivó del film es su imposibilidad de fijarlo en una década específica. Los modelos de vehículos y la vestimenta de los actores parecen referirse a los años 50s o 60s… hasta que hay una escena (no fundamental en el film) de unos negritos paseando con un boombox y escuchando rap a alto volumen que sitúa al espectador en la década de los 80s sin ninguna duda.

Esa escena no existe.

Al menos es lo que infería luego de ver Blue Velvet de nuevo en 2022 y no encontrar la escena, y tampoco referencia alguna a la misma en ninguna de las críticas de la película. Llamé a una de las personas que fue conmigo a la función para preguntarle específicamente si recordaba la escena… y si la recordaba; incluso rememoró como estuvimos hablando de su importancia para desconcertar al auditorio dentro de la trama. Pero no he encontrado manera de ver nuevamente la escena en cuestión.

Al final, parece lógico que una película tan fumada tenga asociado un recuerdo (o no-recuerdo) tan surrealista.

30 marzo 2024

Libros fuera de tiempo

 

En 1987, cuando las cosas ocurrían de forma mucho más despaciosa que en este mundo post milenarista, leer lo que estaba de moda no era tan difícil. A lo mejor se reseñaban tres o cuatro novedades importantes al mes, y no cincuenta. Y por algún motivo, al menos en mi vivencia personal, aún trabajando a destajo; tenía más tiempo y más dinero disponible, con lo que no me resultaban tan cuesta arriba adquirir libros.


Una de las obras que si logré comprar en el auge de su popularidad fue “La Insoportable Levedad del Ser”, de Milan Kundera. En 1987 comencé a leerla… y la abandoné en la página 37. No logré conectarme ni racional ni emocionalmente con la trama del libro, que en aquel momento me pareció una farragosa mirada al ombligo, algo parecido a un culebrón desprovisto del drama; como si un escandinavo típico quisiese escribir una telenovela.

En 2001 la retomé y me la devoré de un tirón; además la entendí y me gustó. Estoy casi seguro de que en 1987 no tenía la experiencia ni la vivencia necesarias como para leer esa obra. Como diría mi amiga Mariela Hernández, me faltaba burdel. Fue un libro fuera de tiempo, y afortunadamente con los años pude compensar los trozos de vida restantes para conectarme con él.

Tenía esa referencia en mente cuando, hace unos días, adquirí en una librería de segunda mano “El Club de la Buena Estrella”, de Amy Tan. Dado que en 1993, esa fue una de las películas que se quedó en mi lista de deseos postergada (lista que desde hace algunos años me empeño en reducir), consideré que leer el libro era una idea aún mejor que ver la película… Y ocurrió que mi energía empleada en darle una oportunidad al libro para atraparme luego de un inicio que me resulto blandengue e insípido -algo así como un atol con poca azúcar-, se agotó en la página 72.

Y creo que en este caso también me encuentro ante un libro fuera de tiempo, pero por otros motivos. Una obra tan femenina, escrita por una mujer para (aparentemente) ser leída por mujeres, referida a la vida de mujeres; donde las figuras masculinas son meras piezas de decorado contextual, podría tener sentido y gustarme en el siglo pasado. Pero en la sociedad occidental actual, fuertemente ginocéntrica, en la que la masculinidad convencional resulta casi un delito, en la que en algunos países (como es el caso de España) el hombre ha perdido el derecho a presunción de inocencia en los juicios que se cataloguen como “violencia de género” (y que pueden incluir cosas tan inofensivas y baladíes como un piropo o la temperatura a la que se regula la climatización); me pareció casi un acto reivindicativo y de equilibrio no leer tal obra. Evidentemente, la autora no tenía en mente el retorcido giro misándrico que tomaría la sociedad futura el escribir su obra, y obviamente, el hecho de no leerla no contribuye en nada a modificar la situación… Pero no logré superar la sumatoria de una trama sesgada en el contexto de una sociedad sesgada como para continuar la lectura.

Aunque en amas obras me refiero a “libros fuera de tiempo”, en el caso de Tan, a diferencia del de Kundera, los motivos para abandonar la lectura dependen más del entorno que de las características del lector.

¿Cambiarán las circunstancias de manera tal que hagan grata en un futuro la lectura de “El Club de la Buena Estrella”? Ojalá… 
 
¿Cambiaré yo de manera tal que, pasando a ser un “entusiaste” del wokismo y del “me too”, abjure de mi condición masculina y me transforme en un “aliade” del neofeminismo y por tanto, privilegie las autoras femeninas en mis lecturas, solo por el hecho de su genitalidad? Me cuesta imaginar una peor pesadilla…


26 diciembre 2023

Una vida de fábula

 

Un día fui a consultar a un famoso taumaturgo que me auguró que yo, Zoyla Cegarra, llevaría una vida fabulosa (o al menos eso creí entender).  El hecho de ganarme un importante premio en la lotería esa misma noche me convenció de su infalibilidad, así que al día siguiente abandoné al trabajólico de mi novio, dejé atrás mi vida gris y anodina de secretaria y corrí a comprar boletos para viajes de placer además de ropa lujosa, perfumes caros y todos los caprichos que siempre había querido darme sin que mis magros ingresos lo permitiesen.

 

Al regresar, tres meses de locura después, constaté que un anónimo hacker había vaciado mi cuenta bancaria, dejándome en la quiebra.

 

Tragándome mi orgullo, volví a casa para pedirle a mi ex que perdonase mi error juvenil y retomásemos la vida juntos. Me abrió la puerta una mujer a quien yo conocía, Elba Chacón; compañera de trabajo de mi ex novio, tan trabajólica como el… y que en el interín había pasado a ser su esposa, como ella misma se encargó de informarme sin reflejar emoción ninguna en su cara chata y fea antes de cerrarme la puerta en las narices.

 

Hoy, mientras rumio mi miseria en el refugio de gente sin hogar en el que me encuentro; muerta de hambre y de frío como condición permanente, mis días transcurren cavilando sobre que me llevó a interpretar como “fabulosa” la expresión “de fábula”, que fue la que realmente dijo el brujo y paso mis noches lanzándole maldiciones a Esopo, Samaniego, La Fontaine y todos esos que escribieron y reescribieron la fábula de la cigarra y la hormiga que hoy sufro.


Porque me fuí de Venezuela

La respuesta es simple: Escapando del chavo-madurismo

Y la explicación es la siguiente (para aquellos que no temen leer más de 150 caracteres)

Esta historia no es trágica, ni siquiera impresionante u original, es simple, como si a la proverbial rana de la conocida anécdota del agua que se va calentado hasta hervir, se hubiese escapado de la olla antes de que fuese demasiado tarde.

Confieso que en mi adolescencia tuve mi acercamiento ideológico a la izquierda civilizada, representada en aquel entonces por Felipe González en España, François Mitterrand en Francia o Teodoro Petkoff en Venezuela; pero al tomar conciencia de cuan aguda es la izquierda para criticar, defenestrar en manifestaciones, obras plásticas o musicales y ridiculizar a los gobiernos tiránicos de signo opuesto (Pinochet, por ejemplo); versus su ceguera para atreverse a tocar ni con el pétalo de una rosa a las tiranías afines (Fidel Castro es el caso emblemático), decidí alejarme de esa tendencia.

Mientras viví bajo el signo del chavismo en Venezuela, siempre sentí estar nadando contra corriente. Mis progresos laborales y económicos se aplanaban ante un entorno caracterizado por su moneda cada vez más débil, su tejido cultural cada vez más provinciano y endogámico, la progresiva desaparición del acceso a ciertos elementos propios de un país sano y globalizado, y la creciente inseguridad.

Cuando en 2009 finalmente pude viajar fuera de Suramérica por primera vez (anteriormente, solo había viajado brevemente a Colombia y a Argentina; el alcance de mis viajes estaba signado por motivos económicos), caí en cuenta de la abismal brecha en calidad de vida que existía entre mi país y otras naciones que si habían entrado en el siglo XXI. Esta impresión se consolidó en mis sucesivos viajes de 2011 y 2013; año en el que tomé la decisión de irme de Venezuela; a pesar de tener factores en contra como mi edad, entre otros.

Hay tres elementos (de muchos) que quiero citar como los motivadores primordiales de tal decisión:

1)     1) El circo montado con la muerte de Chávez, y prolongado con el descarado robo de las elecciones de 2013, ante una oposición que me lució excesivamente ingenua, poco combativa y si se quiere, cómplice.

2)      2) El creciente poder e influencia de los militares y cúpula chavista, exhibido impúdicamente, y aceptado (disfrutado, incluso) por muchos juanbimbas en una especie de síndrome de Estocolmo general.

3)     3) La deliberada (y tristemente exitosa) estupidización progresiva de la sociedad, a través de un diseño curricular educativo cada vez más pobre y poco exigente; con el contubernio de unos medios de comunicación cada vez más chabacanos, ramplones, carentes de identidad y desprovistos de oferta cultural.

Aparte de esto hay situaciones anecdóticas puntuales, como la muerte, por atraco a mano armada, de un vecino frente a mis ojos en la puerta del edificio en que vivíamos (en un sector anteriormente clase media que se depauperó con la invasión de un edificio por okupas pro gobierno y la construcción de un megabloque de viviendas para malandros chavistas en las inmediaciones) y la destrucción de mi automóvil por una lluvia de pedradas -peñonazos más bien- venidas desde el barrio marginal (villa miseria, favela) adyacente al estacionamiento de dicho edificio sin motivo conocido alguno -excepto la envidia- y sin que se pudiera hacer nada al respecto; todo esto actuó como detonante hasta que en 2016 finalmente pude emigrar.

El resto, cualquier migrante venezolano no enchufado lo sabe, porque es similar para todos. La dificultad inicial, el surgir paulatino y sobre todo, la sorpresa al ver como ha calado y se ha extendido el discurso miserabilizador del castrochavismo en otras tierras.


12 septiembre 2018

Mi pais ya no existe

DesolaciónAl menos para mi.

De el solo queda:
La herida abierta
Lo que ocupa el espació geográfico donde alguna vez existió
Los millones de terabytes en archivos sensoriales guardados en el disco duro de mis neuronas
Y todo lo que no entró en la maleta de 23 Kilos.

29 septiembre 2016

A Caracas


Con amoroso odio (u odioso amor):

Caracas: Tu, que guardas la gracia marchita de quien ha vivido mejores años y hoy apenas se mueve entre la telaraña que tejen miedos y carencias, creo que ignoras tu carácter de intermediaria de sueños, de plataforma de lanzamiento hacia el futuro desde cualquier rincón de la provincia, y desconoces tu vocación -recientemente acendrada por motivos que mejor callo- de trampolín donde se aprende a saltar esquivando amenazas imaginarias y reales peligros, eludiendo motoristas, malandros y mendigos, separados o reunidos en maléfica trinidad de nuevo cuño, en rutina interminable que perdura hasta que un salto riesgoso y definitivo nos lleva para siempre lejos de ti.

Pero también tu, otrora descrita como la sucursal del cielo en un país que ya no existe ni de nombre, tal vez queriendo o tal vez porque si, en cada gambeta, en cada pirueta, nos regalas el sol matizando el arco iris sobre ese cerro Ávila que no quiere cambiar de nombre, el relámpago azul que en lugar de tronar, grazna en una bandada de guacamayas, la máquina del tiempo cuajada en espeso y fresco dulzor de la mano de un anacrónico chichero que nos hace tener nueve años hasta consumir la última gota; el barniz de sofisticación inoxidable que riela en aquellos que se resisten a ser arrastrados por el vórtice degradante que te mancilla pintando enormes ojillos perversos de gran hermano en muros, fachadas y camisetas; nos restañas el dolor y el hastío que tu misma nos causas con tu tráfico y tu tráfago con una pincelada de arte urbano o un inesperado olor a guanábana.

Hoy quien suscribe, a punto de quemar sus naves para presentar el examen que evaluará su capacidad de supervivencia y su madera para recomenzar vida en el seno de una madre más bien ajena; no quiere dejar pasar la oportunidad de decirte que aunque el mismo impulso que lo trajo aquí, lo llevará de aquí, irremediablemente parte de su roto corazón se quedará en ese trampolín que eres tú.

Para finalizar, quiero pedirte algo: Sé que para tus habitantes, el acercamiento a los números va más por adivinar cual terminal o triple de lotería jugar para así resolverse la vida, la quincena o el día, que por el análisis de las estadísticas; sin embargo te ruego, te suplico, te imploro que, siendo el venezolano número dos millones trescientos cincuenta mil doscientos trece que, contando desde que decidiste renunciar a entrar en el siglo veintiuno, se marchará a vivir sus atardeceres y amaneceres en otras latitudes y longitudes, no permitas que sea uno más de la desconocida y abultada cifra de los que, por robo, sicariato, resentimiento o recreación, son enviados al lugar de donde no se vuelve jamás.

Con la esperanza de algún día verte con los ojos de Massiani, Campos Biscardi, Frómeta y todos los que te describieron, pintaron y cantaron cuando eras libre, limpia, contemporánea y vivible, me despido, no sé si hasta pronto o hasta nunca…