07 septiembre 2024

Etiquetas Desvaídas y Confesiones de Parte.

Comienzo este escrito recordando el “Yo soy yo y mi circunstancia” de Ortega y Gasset; con la siguiente verdad incontrovertible: Soy Venezolano. Da igual que tenga 50% de sangre italiana y 25% de sangre libanesa. Nací y viví hasta los 48 años en la alguna vez llamada “tierra de gracia”, al norte del sur. Y eso implica que lo que allí ocurre, lo que a ese país afecta, lo siento como propio, viva donde viva y aunque no haya pisado su suelo desde 2016. De manera que mi perspectiva pasa inevitablemente por ese prisma, como también por el prisma de mis vivencias personales. Esas vivencias del que alguna vez fue un joven que creyó en la izquierda, que se ilusionaba con la esperanza de un mundo igualitario y en paz, con el aplanamiento de las diferencias sociales y culturales, con la hermandad del hombre y demás ideales de hermosa utopía. En 1998, cuando el militar golpista Hugo Chávez ganó la presidencia de Venezuela, esa fe en la izquierda, si bien baqueteada por el análisis de las realidades de los gobiernos de este signo (La Rumania de Ceaucescu, Cuba, China, Norcorea…), persistía con cierta solidez. Por eso, me resultó chocante cuando empezó a hablar de socialismo como modelo de su gobierno un militar de medio pelo que además intentó tomar el poder por la fuerza unos años antes. Un gañán barriobajero malhablado, resentido, carente de retórica y de capacidad reflexiva, que en nada se parecía a mis referentes de izquierda: Américo Martín, Teodoro Petkoff, Héctor Mujica en Venezuela o François Mitterrand, Felipe González, Willy Brandt en Europa. “Es que esto no es socialismo” me decían mis amigos de izquierdas y me decía al principio yo mismo al empezar a ver el catálogo de desastres, el grotesco autoritarismo y la impúdica voluntad de perpetuarse en el poder del chavismo. Pero si no era socialismo ¿Por qué los líderes socialistas de todo el mundo aupaban a Hugo Chávez y lo endiosaban como a un prócer? Y así me fui alejando de aquella ideología con la que simpaticé en la juventud, y con la distancia empecé a ver sus incongruencias (como la de toda ideología)… y aquella especie de “sello de calidad”, de asociación a lo moralmente superior, a lo solidario, a lo vanguardista que en mi mente era inherente a la etiqueta de “izquierda” se desvaneció por completo. “Es que aquello no es socialismo” siguen repitiendo cual gastado mantra hoy en día algunos amigos izquierdistas en referencia a la dictadura de Maduro, a su vulgar fraude electoral (que enciende las ganas de indagar retrospectivamente cuantas marramucias hubo antes), a su flagrante violación de los derechos humanos, a su odio generalizado a la población venezolana. Todo ese caos y dolor ha servido al menos para dos cosas: Por un lado, para evidenciar el profundo racismo y sentido de la superioridad de buena parte de la izquierda española y europea que, o bien respalda frontalmente al madurismo (Podemos, Bildu, Francia Insumisa, Movimiento 5 Estrellas) o bien mira hacia otro lado y si lo condena, lo hace de forma tibia (PSOE, PS Francés, etc). Su argumento parece ser que Venezuela necesita un gobierno fuerte que “luche contra el fascismo” como dejó entrever el vomitivo Juan Carlos Monedero (que apellido tan acertado!), uno de los principales lacayos lamebotas de Maduro, junto al aún enmudecido José Luis Rodríguez Zapatero. O sea, que Venezuela se joda, lo importante es que no gobierne “la derecha”, categoría que en su cosmogonía significa todo lo que no esté alineado con su ideología autoritaria. Y esto nos lleva al segundo punto: La gran salida de closet, la confesión de parte que para la izquierda mundial ha significado el empeño madurista de atornillarse en el poder. Salvo honrosas excepciones como Boric en Chile o González en España, casi todos los demás presidentes y expresidentes de izquierda y sus voceros han hecho todo tipo de contorsiones lingüísticas para evitar condenar directamente a Maduro. Desde el silencio atronador de Sánchez hasta el llamarlo “un tipo desagradable” de Lula, pasando por el risible llamado a “preservar el legado del comandante” del Cristina Kirchner en Argentina. No se atreven a condenarlo porque en el fondo quisieran ser como el. Quedarse en el poder indefinidamente, sin importar que ello implique apresar niños, matar manifestantes, dejas a un país en la miseria mientras sus amigotes militares y boliburgueses roban miles de millones de dólares. Y si. Maduro si es socialismo. Aquello si es socialismo, una ideología que evolucionó de muy mala manera.