
Casi todos los recuerdos de mi niñez y adolescencia entroncan de algún modo con los libros. Ya sea las aventuras de exploración dentro de las estanterías de casa, las lecturas en la silla de extensión explayada en el patio con aroma a limonaria, higos y romero, o, en el más simple de los casos, con el trasfondo de mi viejo leyendo horas y horas mientras la vida cotidiana (coletos, vecinas chismosas, sonidos de la calle...) pasaba por un lado sin rozar su nirvana.
Al regresar a casa paterna luego del sepelio de papá, se encontraba un libro abierto con sus lentes de lectura posados sobre las páginas. Esa es la impronta que conservo de mi viejo, más que su cara dentro del féretro (que nunca quise ver)
En todas las casas donde he vivido, hay material de lectura en todos los aposentos. Estantes en salas y habitaciones, libros de cocina junto a los fogones, revistas sobre el WC. Eso me hace sentir que vivo en una biblioteca gigante, con el confort sicológico que ello conlleva. Haber vivido en un contexto eminentemente restrictivo, donde la lectura era una de las cosas que no estaba prohibida (incluso los libros "para adultos") y donde el dinero para comprarlos nunca se escatimaba, me hizo valorar este hábito como un viaje a la utopía posible.
Reconozco las bondades de los libros electrónicos, pero igual disfruto de la experiencia multisensorial que deriva de tomar un viejo libro entre manos, palpar la textura de su lomo y páginas y captar su aroma a guardado antes de proceder a devorarlo febrilmente con los ojos
Siempre me pareció detestable, enojosa e inútil la costumbre materna de colocar un batiburrillo de objetos horrorosos y cursis (recuerdos de primera comunión, miniaturas de bronce, mantelitos tejidos…) delante de los libros. Muchos años después, entiendo que es la forma que tiene mi madre de rendirle culto a un mundo que ella apenas conoce, pero que respeta profundamente, por haber sido la forja del hombre que ella amó.
Hace unos días visité a mi madre, y estuve explorando la ingente cantidad de libros que acumuló y leyó mi padre a lo largo de su vida. De esa experiencia vienen estas líneas.