21 noviembre 2005

Revolucionarios de Verdad (01)


Existen palabras cuyo significado muta, se altera, se modifica en atención al contexto en el que aparecen. Y no me refiero en este caso al contexto lingüístico (que también influye, claro) sino al contexto sociocultural. Hablar de revolución en un septiembre romano, bebiendo café en la Vía Véneto, debe ser sublime. Imaginamos heroicas gestas, luchadores comprometidos, ideales elevados. Pero en un entorno en el que la palabra en cuestión se ha prostituído hasta llegar a ser sinónimo de oclocracia, de exclusión, de revanchismo y de ineficacia, la cosa no es en lo más mínimo poética.

Parece que en Venezuela basta ejercer el adulante culto al máximo lider (por convicción o conveniencia, no importa), usar lenguaje barriobajero o afectado en exceso y lucir algunas prendas de color rojo para ser catalogado como "Revolucionario de Verdad". Y ese bombardeo de palabrejas que pretenden ser altisonantes (revolucionario, bolivariano, endógeno) cubre de hediondo sarro acomodaticio el verdadero significado de algunos conceptos. Quiero entonces rendir un homenaje a lo que yo considero Verdaderos Revolucionarios; en congruencia con el concepto convencional de este término, fuera de la miasmática influencia de la quincalla ideológica que el locatario de miraflores y sus acólitos pretenden imponer en Venezuela.

Hasta finales del siglo XIX, era muy difícil aplicar los conceptos de "comodidad" y "funcionalidad" en la descripción de una vivienda típica en casi cualquier lugar del mundo. La vivienda constituía una simple muestra del status de su propietario, un acto público, una fachada mas o menos decorada y ostentosa (según los ingresos e ínfulas) detrás dela cual se organizaban de modo monótono una sucesión de espacios indistintos, poco coherentes con las actividades que albergaban. El comedor no se diferenciaba en mucho de la habitación, ni la sala del desván. Todo ello en torno a un patio o sucesión de patios o pasillos, mal iluminado y ventilado, carente de personalidad definida. Salvo ejemplos más bien raros de arquitectura mudéjar, alpina y nipona, la casa era simplemente un cobijo, un dormitorio, un escondrijo para el pudor, la defensa y el establecimiento del status quo.

A principios del Siglo XX devino una verdadera revolución de ideas. La casa comenzó a ser concebida como una máquina, como un sistema cuasi vivo. Y conceptos como el confort, la adaptación de la forma a la función y calidad espacial; antes ignotos, comenzaron a ser cada vez más frecuentes, hasta constituirse en norma tácita. Esta revolución surgió de la sinergia en el alcance de logros tangibles en artefactos destinados a proporcionar comodidad al hombre (ascensores, electrodomésticos), de redescubrimiento de valores estilísticos y conceptuales en las culturas orientales y por sobre toido, de la ruptura del paradigma de vivienda como elemento destinado a demostrar más que a albergar. Este corset del pensamiento se aflojó a la par de muchos otros, como la tiranía del figurativismo en la pintura; propiciando un momento extraordinariamete creativo en la historia de la cultura occidental, cuya influencia aún se siente hoy. para muestra de ello, la vigencia estilística que se aprecia en la foto que ilustra este post; la "Glass House" de Philip Johnson, que data de 1949, mientras que los muebles (silla "Barcelona") fueron diseñados por Ludwig Mies Van der Rohe en 1929. "modernos, los antiguos", como dijo Mafalda.

Vaya entonces mi profundo respeto a esos Revolucionarios de Verdad, que cambiaron la forma en que la humanidad vive: Le Corbusier, Louis Sullivan, Mies, Frank Lloyd Wright, Richard Neutra, Louis Kahn, Kenzo Tange y nuestro Carlos Raul Villanueva.

07 noviembre 2005

Comida Minimalista


Mi papá, que nunca militó en partido político alguno y fue de vocación opositora perenne, solía decir que los adecos, en sus reuniones, comían caviar con arepa. Hasta hace poco menos de 10 años, esta combinación era reflejo de nuevorriquismo, de ausencia de criterio culinario, de salto cuántico de lo rural a lo urbano, de ansia de ostentación extrema sin deslastrarse de las costumbres populares.

Hoy es cool comer caviar con arepa.

Solo que en vez de decir “hoy comí caviar con arepa” debe decirse algo como “la degustación estaba conformada a base de confit de minúsculas perlas negras eslavas desestructuradas en sus puntos cardinales, sobre una cama de masa apenas cocida y texturizada al aroma de las maderas exóticas amazónicas, presentada al estilo típico de las planicies del norte suramericano”. Puede completarse la descripción con una frase al estilo “es que me encanta la cocina de fusión ¿sabes?” o “esta es la última obra maestra de (y aquí un nombre mestizo y rimbombante, como “Delmiro Straass” o “Ayurbuddha Zuleta”), en su espacio (otro nombre que combine lo chaborro y lo high class-francófilo, como “La Taguara Lyonnaisse” o “Le Petit Bistro De Anacleta”), que tiene una decoración divina y atiende solo a 10 comensales, ¿sabes?”.

Estas son las paradojas de lo que en los 60 se dio en llamar “nouvelle cuisine” y desde los 90 (con sutiles variaciones) recibe nombres como “cocina de autor”, “cocina fusión” y otros igualmente sonoros. La cosa consiste en colocar unas porciones minúsculas sobre un plato no convencional (pentagonal, triangular, un caparazón de tortuga, una tapa de excusado…), adornadas con unos chorretes coloridos de alguna sustancia vagamente comestible, como jugo de zarzamora, tinta de calamar o sangre de cerdo. Luego se redacta un nombre de al menos 30 palabras, que incluya expresiones claves de esta modalidad, tales como “sobre una cama de…”, “al aroma de…” y privilegie el uso generoso de adjetivos e hipérboles. Si la creación lleva fruta, esta necesariamente será “salvaje” o “virgen”. Nunca está de más el uso de alguna sinestesia o incongruencia pseudometafórica, al estilo de “leyéndole las venas al salitre”.

El contenedor de estas actividades debe ser un receptáculo decorado al estilo minimalista o ecléctico, sobre todo en los casos en que se pregone “cocina de fusión Croata-Guanareña” u otra combinación casi imposible. El nombre del local debería incluir alguna palabra en inglés o francés (aunque se prohíbe el término “restaurante” por obvio, puede usarse “espacio”, “comedor” o mejor, nada), el nombre del chef debe parecer natural, producto de un “estudiado descuido” como si de un DJ se tratase. Si el chef tiene la desgracia de presentar correlación étnica entre el nombre y el apellido, debe buscarse un mote sonoro y ligeramente procaz.

El lugar debe contar con muy pocas mesas y un portero eficaz que evite la entrada de indeseables al lugar: gordos (excepto raperos en la cresta de la ola), ancianos (excepto archimillonarios), gente rural (el campo no es cool desde los 80) y similares. La clientela debe ser “beautiful people”, metrosexuales o tecnosexuales, con al menos 3 cirugías estéticas encima y un vocabulario de altura, salpicado cada 5 minutos o menos con la pregunta “¿sabes?”. Asimismo, el lugar debe tener un “lounge” con música chill out brasileñófila, lo suficientemente discreto para que no se note si alguien ofrece unas líneas de perico (uno de los pocos atavismos permitidos).

Los wannabe que asisten a estos lugares, generalmente salen de allí directamente a atapusarse un par de arepas con reina pepiada o mechada con amarillo, en un gesto que los acerca mucho a la historia de los adecos y sus supuestos hábitos en los 70. Aunque aquellos al menos eran auténticos.