27 abril 2008

La ruta del ron



Hay muchos motivos para que los venezolanos nos sintamos orgullosos de serlo. Pero en muchos de esos motivos, no tenemos mérito alguno. El Salto Angel, Los Roques, La Loma del Viento, el Pico Bolívar, la Laguna de Tacarigua, el Lago de Maracaibo y un largo etcétera ya estaban allí incluso antes de la aparición de los primeros pobladores de estas tierras. Por eso, es doble mi orgullo cuando el motivo de marras es fruto del esfuerzo humano, aunque la naturaleza haya dado una ayudita.


Hace poco estuve en la Hacienda Santa Teresa, donde se cultiva la caña que da origen a algunos de los rones más exquisitos del mundo (y no estoy exagerando, como ronero consumado puedo dar fe de ello), y debo decir que mi ego nacionalista se infló como una vela al viento. Las vastas y cuidadas plantaciones, la detallada explicación del proceso de producción del ron desde la melaza hasta la mezcla de los caldos, la serena belleza de las conservadas edificaciones del lugar, la cata dirigida de los rones por orden de antigüedad; además de la presencia de una especie de felicidad inmanente; todo ello me habla de un país que se resiste a ser arrastrado por la marginalidad y la desidia que parece brotar de la fácil y malbaratada bonanza petrolera. En la hacienda Santa Teresa sentí que siguen vivos los sueños de una Venezuela que cree que el bienestar futuro se construye con emprendimiento y constancia más que con “viveza criolla”, reconcomios heredados o ideologías caducas.


Aunque la entrada a la hacienda es gratuita, la visita guiada y la cata no lo son, y es preferible reservar de antemano; hay un restaurante en el que también debe reservarse con anterioridad, ofrece platos de gratos sabores, pero lamentablemente está más orientado hacia la nouvelle cuisine reinterpretativa de porciones minúsculas que hacia la generosa tradición de comida abundante propia de nuestra tierra. Eso si: los precios de los rones en la bodega son una golilla!


Referencia web: http://www.ronsantateresa.com/site_spa/07c_ruta_ron.php

12 abril 2008

Calor

Pegajoso y asfixiante, que transforma la atmósfera en una suerte de sopa agobiante, espesa y salada; ¡cómo extraño Siberia y la Patagonia aunque nunca haya ido!; calor que obnubila la mente, ahora entiendo porque alguien alguna vez escribió que si James Joyce viviese en Guanare o en Maracaibo jamás hubiese escrito ni una línea de Finnegans Wake, claro, con ese calor endemoniado toda la sangre se va a la periferia para que sudes y nada llega al cerebro, que se marchita de anoxia. Eso lo entiendo, lo que no entiendo es a los Aztecas y los Mayas que adoraban al sol, como van a adorar esa intoxicación lumínica que te hiere la vista, desfigura las formas y genera este maldito calor que te persigue a todos lados y del que no se puede escapar ni bajo la sombra mas frondosa, que lo adoren en Suecia vaya y pase pero ¿en el trópico? Hay que ser masoquista, francamente; pero a lo mejor aquí todos son masoquistas o mejor dicho, el anormal soy yo porque todos se alegran con este calor, los meteorólogos dicen “buen tiempo” y no se que tiene de bueno este infierno terrenal que hace que los pies pesen 50 kilos cada uno y el lomo se encorve con el peso de un fardo de mercurio suficiente como para que todos los termómetros marquen 40 grados, los poetas y las canciones dicen “al calor de la pasión” y me pregunto que tiene de apasionante una entrepierna chorreante o un sobaco maloliente por el sudor, los locutores de las FM latinas hablan de “música caliente” y me sorprendería que alguien pueda bailar siquiera un cansino vallenato llorón bajo este sol a pico y esta lava ambiental exasperante, me provoca echarme a dormir y despertar con la benigna caricia fresca de la noche, pero ¿quien puede dormir con este calor?, este maldito calor….

Y aún hay quien dice que el sobrecalentamiento global es una farsa….

Caracas, como tantas ciudades ubicadas en zonas montañosas de la faja tórrida, era famosa por su clima benigno de “eterna primavera”, con temperaturas diurnas entre los 19 y los 23 grados todo el año. Ahora es raro el día en que el termómetro no supera los 30 grados. La benignidad se derritió.