24 junio 2012

De la Planta Libre a la Vivienda Antimotines: Diseño Criminal

Acabo de culminar la nuy recomendable lectura de "La Ciudad: Una Historia Global" de Joel Kotkin y me resultó inevitable escribir al respecto, desde mi experiencia. En la obra, Kotkin explica como desde el poblamiento de los primeros asentamientos que merecieron el nombre de ciudad hasta la actualidad, diversos factores contribuyen a configurar la dinámica, crecimiento y conformación urbana. Sea la presencia de centros rituales o espirituales, el comercio, el clima, el ser sede de la élite política, siempre ha habido y habrá motivos que definen el carácter y destino de las ciudades.

Resulta triste pero inevitable decir que en el caso de las urbes latinoamericanas (y sobre todo Caracas), es la protección ante el hampa el factor más relevante para definir nuestra geografía urbana. Y para mi es particularmente lamentable, ya que estudié arquitectura bajo el inocente paradigma humanista que, como Rosseau, sostenía que "El hombre es esencialmente bueno". Entonces no era de extrañar que creyésemos a pies juntillas en las bondades de la "Planta Libre" difundida por Le Corbusier, en la creación de conjuntos residenciales abiertos donde los vecinos convivíesen con cordialidad y sentido de pertenencia, cuidando de su entorno y del ambiente; así como creíamos y practicábamos otros conceptos urbanísticos similares que, a la luz de la realidad nacional actual, resultan risiblemente extemporáneos, ingenuos, carentes de pragmatismo y más aptos para Zurich o Estocolmo que para cualquier población venezolana con más de 500 habitantes.

En mi caso, siento que la realidad me dió una bofetada. Realmente, me he tropezado con un mínimo porcentaje de personas interesadas en la iluminación o ventilación de sus hogares, o en el aprovechamiento del espacio; por no mencionar temas más "poéticos" como la volumetría y percepción espacial de sus hábitats. La preocupación principal, como corresponde a la chorocracia en que vivimos, es evitar que se metan los malandros o los secuestradores, los policías siembra-droga o extorsionadores, y sobre todo los grupos de maleantes auspiciados por el coma-andante que pretenden "ocupar" viviendas y propiedades, como si el ciudadano honesto que ha pasado toda su vida ahorrando para tener un hogar digno tuviese la culpa de que Yuleisy alumbre doce hijos de diferentes padres, y ella, su marido de turno y su prole necesiten una covacha donde malvivir.

En el tejido urbano, sucede otro tanto. Aquellas teorías romanticonas (de Zevi, Benévolo y el autor del sempiterno libro azul de urbanismo cuyo nombre se me escapa, entre otros) sobre la revitalización de los cascos urbanos con la arquitectura como protagonista y con la ciudad cuadriculada en calles y plazas, con una población activa que vivía a distancia peatonal de su trabajo, y otras ramplonerías similares, han quedado obsoletas ante una realidad mucho mas brutal e hiriente; en la que la mayoría de las personas viaja entre cuatro y seis horas al día en los desplazamientos hogar-trabajo y los centros comerciales tipo mall (tan defenestrados por los autores mencionados y por los arquitectos de la izquierda caviar como el difunto William Niño) constituyen el único escape seguro a la agobiante realidad del día a día, en la que nadie tiene tiempo para fijarse en la fachada de una edificación o en la vivencia de caminar por una calle arbolada a la luz de la luna. La actualidad tercermundista ofrece otras experiencias sensoriales menos atractivas a quienes tienen el atrevimiento de caminar por las calles en horario nocturno, tales como el sonido de las balas y el tacto frío y cortante de una navaja en el riñón.

Pero claro, esta es una realidad demasiado fea como para que Kotkin se explaye en ella. Afortunadamente, existen experiencias como la de Singapur, que demuestran que con una política de cero tolerancia al hampa y creación de prosperidad, se puede paliar el tema de la seguridad, y así empezar a idear mecanismos para la reinserción social de los jóvenes sin fundamentos morales sólidos y sin opciones laborales y de obtención de calidad de vida que terminan transformandose en choros. Por el bien de las ciudades venezolanas y sobre todo de sus pobladores, esperemos que el final de esta oclocracia de paso a un timonel más preocupado por el bienestar de la colectividad que por su propia permanencia en el cargo.