24 enero 2010

Belisa y su Castillo

Hace poco viví una experiencia que era común en mis años mozos: Ser rebotado de un lugar nocturno por no llevar la vestimenta adecuada, y/o no ser lo suficientemente "beautiful people" según la incontrovertible opinión del portero. Lo curioso del caso es que el sitio donde me rebotaron por mis zapatos de goma, fue la tasca de un Hotel de esos que el régimen militar expropió, en donde se hace alarde de una supuesta inclusión que todos sabemos que es mas discriminatoria y caprichosa que la peor de las segregaciones aplicadas en el pasado.

Pero lo importante del caso es que vino a mi memoria un curioso episodio pretérito, de esos en los que uno dice "¿Y yo me aguanté esto?". Explico:

La historia comienza en 1979, cuando un caprichoso millonario (algunos decían que Rafito Cedeño, el promotor boxístico hoy sumido en la indigencia, el olvido y la insania) comenzó a construir un castillo en la ciudad de San Cristóbal. Independientemente de lo kitsch que pudo resultar esta iniciativa, era llamativo ver esa obra discordante pero no carente de atractivo en plena avenida España, muy cerca del complejo ferial. En cierto momento la obra se paralizó, y fue retomada en 1983 (supongo que luego de haber sido vendida), transformándose en un forzado Centro Comercial de muy bajo éxito, pasillos enrevesados, locales minúsculos, oscuro, aburrido. Nuevo cierre, y comienzo de obras a finales de los 80's, para a principio de los 90's ser inaugurado como "Gran Hotel Castillo de la Fantasía", un uso mucho mas congruente con el carácter de la edificación, y que se mantiene hoy en dia. Y allí comienza verdaderamente este relato.

En 1993, solía salir de juerga con Belisa*, colega y compañera de trabajo, en el plan de dos solteros que se acompañan mutuamente, sin implicaciones románticas ni sexuales. Pero a veces la línea entre compañía y dependencia es muy delgada, y de pronto me encontré pasando mas tiempo con Belisa que con ninguna otra persona, dejando de lado viejos amigos y adaptándome a sus gustos y costumbres; quizás como mecanismo para escapar al tedio inmanente e inmamable de mi hogar, y aprovechando la movilidad y disponibilidad casi 24/7 de Belisa que, dicho sea de paso, vivia a 200 mts. de mi casa.

Y a Belisa le gustaba rumbear en la Tasca "Arenteiro" del Hotel "Castillo de la Fantasía"

Y el ridículo y pueblerino dress code de esa tasca, fijado por su portero, un tipo de aspecto cadavérico y grisáceo, indicaba que se rechazara a los hombres que usaban blue jean (a menos que fueran sus panas, claro)

De modo que la primera vez que intentamos ingresar en el sitio, Belisa pasó invicta y yo, que no uso otro tipo de pantalon que el blue jean desde que tenía como 10 años, me quedé fuera. La llamé para que se devolviera, y lo hizo... para entregarme las llaves del carro y pedirme que la esperara dentro del mismo "5 minuticos".

Y yo, en un acto increiblemente idiota, hice exactamente eso, a sabiendas de que en lenguaje de mujer y en esas circunstancias, "5 minuticos" equivalen a una hora o mas.

Pero si eso fue idiota, lo que ocurrió la siguiente semana carece de definición. Otra vez Belisa se antojó de entrar a la tasca de marras, y otra vez se repitió toda la escena, con exacerbada actitud de perdonavidas del portero quien espetó algo asi como "¿Y usted pretende entrar aqui vestido así?"... Y otra vez me cale una hora y pico de espera en el carro, oyendo en loop mi cassette de Tears For Fears (que pernoctaba en el carro de la susodicha, ya que yo pasaba mas tiempo alli que en cualquier otro lado)

Un par de semanas despues, Belisa realmente me sorprendió. Llegó a casa, y en un vergonzante acto de alianza de género, hizo causa común con mi mamá y mi hermana para intentar convencerme de que ese día usase unos horrendos y calurosos pantalones de lanilla, salidos no se de donde, cosa a la que me rehusé firmemente. Al salir, tomé la precaución de llevarme mi walkman (oliéndome que lo necesitaría), y le advertí a Belisa, con la calma que me caracteriza, que ese día no iba a ir a la dichosa tasca del Castillo, y que si su intención era rumbear allá, mejor me dejase botado en cualquier taguara donde no se obligara a la gente a uniformarse con el disfraz de yuppie de pueblo. De modo que hicimos la acostumbrada ronda por varios lugares... hasta que de modo inadvertido, el carro enfiló hacia la tasca en cuestión. Al llegar, hice lo que en ese momento me pareció lógico. Sin despedirme siquiera de Belisa, salí caminando a paso vivo rumbo a casa. Fué muy gracioso ver, a los pocos minutos, a Belisa gritando y gesticulando desde su carro desde el lado contrario de la avenida, mientras yo, feliz oyendo a Tears For Fears a un volumen tal que eliminaba todo sonido exterior, caminaba a contravía de los vehículos y disfrutaba del aire fresco; a la vez que estrenaba mi recién adquirido embrión de autoestima.

Ignoro si Belisa regresó ese día a la tasca del Castillo, ya que siempre evadimos el tema. Pero a mi, jamás intentó hacerme volver a ese absurdo lugar. Y jamás utilicé esos espantosos pantalones de lanilla, que hasta el día de hoy ignoro quien pagó y de donde salieron.

* Belisa es un nombre ficticio, aunque el personaje y la historia son totalmente reales