29 septiembre 2016

A Caracas


Con amoroso odio (u odioso amor):

Caracas: Tu, que guardas la gracia marchita de quien ha vivido mejores años y hoy apenas se mueve entre la telaraña que tejen miedos y carencias, creo que ignoras tu carácter de intermediaria de sueños, de plataforma de lanzamiento hacia el futuro desde cualquier rincón de la provincia, y desconoces tu vocación -recientemente acendrada por motivos que mejor callo- de trampolín donde se aprende a saltar esquivando amenazas imaginarias y reales peligros, eludiendo motoristas, malandros y mendigos, separados o reunidos en maléfica trinidad de nuevo cuño, en rutina interminable que perdura hasta que un salto riesgoso y definitivo nos lleva para siempre lejos de ti.

Pero también tu, otrora descrita como la sucursal del cielo en un país que ya no existe ni de nombre, tal vez queriendo o tal vez porque si, en cada gambeta, en cada pirueta, nos regalas el sol matizando el arco iris sobre ese cerro Ávila que no quiere cambiar de nombre, el relámpago azul que en lugar de tronar, grazna en una bandada de guacamayas, la máquina del tiempo cuajada en espeso y fresco dulzor de la mano de un anacrónico chichero que nos hace tener nueve años hasta consumir la última gota; el barniz de sofisticación inoxidable que riela en aquellos que se resisten a ser arrastrados por el vórtice degradante que te mancilla pintando enormes ojillos perversos de gran hermano en muros, fachadas y camisetas; nos restañas el dolor y el hastío que tu misma nos causas con tu tráfico y tu tráfago con una pincelada de arte urbano o un inesperado olor a guanábana.

Hoy quien suscribe, a punto de quemar sus naves para presentar el examen que evaluará su capacidad de supervivencia y su madera para recomenzar vida en el seno de una madre más bien ajena; no quiere dejar pasar la oportunidad de decirte que aunque el mismo impulso que lo trajo aquí, lo llevará de aquí, irremediablemente parte de su roto corazón se quedará en ese trampolín que eres tú.

Para finalizar, quiero pedirte algo: Sé que para tus habitantes, el acercamiento a los números va más por adivinar cual terminal o triple de lotería jugar para así resolverse la vida, la quincena o el día, que por el análisis de las estadísticas; sin embargo te ruego, te suplico, te imploro que, siendo el venezolano número dos millones trescientos cincuenta mil doscientos trece que, contando desde que decidiste renunciar a entrar en el siglo veintiuno, se marchará a vivir sus atardeceres y amaneceres en otras latitudes y longitudes, no permitas que sea uno más de la desconocida y abultada cifra de los que, por robo, sicariato, resentimiento o recreación, son enviados al lugar de donde no se vuelve jamás.

Con la esperanza de algún día verte con los ojos de Massiani, Campos Biscardi, Frómeta y todos los que te describieron, pintaron y cantaron cuando eras libre, limpia, contemporánea y vivible, me despido, no sé si hasta pronto o hasta nunca…

11 septiembre 2016

Un corazón delator 13 años despues

Siempre me ha gustado escribir tanto como leer. Ahora lo tomo como reto o diversión; en otros momentos de mi vida fue catarsis o estrategia para parecer más interesante (ingenuo yo, que no había descubierto que a esas edades, lo que hace a los hombres interesantes es el músculo, el bronceado y el dinero). Tal vez en el futuro sea fuente de ingresos, o al menos a eso aspiro. Recuerdo a los 17 o 18 años escribiendo textos inspirados en los relatos de ciencia ficción que leía, a mano son bolígrafo sobre hojas de cuaderno. Alguno de ellos queda por ahí. Antes solía escribir invectivas contra las personas o cosas que me hacían la vida un poco pesada, usualmente mi madre o algún condiscípulo: estas cargas concentradas de veneno plasmado en letras se autodestruían (en mis manos) a los pocos días.

Ahora, que estoy en fase de cierre de ciclos y de "dejar ir" que llaman, pues me he tropezado con algo que escribí en 2003. Y no quise dejarlo ir. No tenía título y aún no lo tiene, y aunque habla de un corazón delator (como el de Poe y el de Soda), no creo que pueda cometer el sacrilegio de llamarlo así. De modo que con o sin título ahí va:

Lo peor no era el olor a ajo, a orín y a madera podrida que imperaba en la oscura estancia; lo suficientemente clara, no obstante, para que el extraño –siempre uno por sesión- pudiese admirar el imponente cuerpo de Aquel antes del acto.

Lo peor, estoy seguro, tampoco era el retumbante sonido que parecía provenir de todos lados, quizás de unas cornetas ocultas tras alguno de los indistinguibles objetos que colmaba el recinto, la misma canción una y otra vez, imposible de determinar si era vieja o nueva, inidentificable para casi todos los fugaces invitados.

Aunque en un momento podría parecerlo, lo peor tampoco era el canturreo que provenía de no se sabe donde. Con una bronca voz, que solo tras un gran esfuerzo –para quienes querían hacerlo, que no eran muchos- lograba asimilarse con la letra de la canción eterna, del exasperante ritornello, que no cesaba (como tampoco cesaba el canturreo) ni en los grotescos preliminares, ni en el máximo fragor, ni en el asco (o miedo, o las dos cosas) posterior. Después de eso, imposible que el visitante lo supiera. Tampoco importaba, de cualquier modo.

Muchos sentirían que lo peor era la creciente violencia con la que eran tratados en un acto que exige algo de delicadeza, esa insólita sensación de entrañas reventadas –las propias- ese indeseado momento en que el dolor le gana la carrera al placer, en el que se anhela sentir las contracciones que conducen a la liberación del suplicio y que, al fin y al cabo, son el motivo último y único que llevó al huésped ¿o debo decir a la víctima? al sórdido altar de pasión y sacrificio.

Para otros, tal vez los más sensibles, lo peor era darse cuenta de la subrepticia presencia del otro convidado, el de piedra, el que no habla ni se mueve, del que solo se ve su ojo –en noches excepcionalmente claras se logran ver los dos- resplandeciente y ávido. Algunos, aturdidos por la bebida, la droga o el morbo, disfrutan de la presencia del otro. Otros temen. Alguno vomitó, creo. Pero ninguno pudo escapar.

Los que hasta entonces habían resistido, terminaban desfalleciendo al sentir primero el rápido movimiento de retroceso, y luego ver que la herramienta preciada que hasta entonces medraba en las cálidas cavernas de innombrable anatomía, pasaba a ser alimento y golosina del otro, quien con fruición exprimía y tragaba hasta la última gota de lo que sobre ello estuviese posado y desde ello fluyese. Entonces ocurría el guiño pueril en el ojo del otro, que podía interpretarse como escarnio, burla o placer. Casi siempre esto era lo peor.

Este era perspicaz y astuto, ligeramente ilustrado y mayor (aunque no parecía) que el común de los elegidos. Había leído (entre otros) a Poe y a Borges y había escuchado (entre otros) a Soda. Por eso para este lo peor fue perderle el gusto al fragor del encuentro al verse iluminado por la absurda y banal –pero no por ello menos horrible- paradoja de estar escuchando “Corazón Delator” mientras se trenzaba en una lucha visual con el ojo vivaz (esa noche se veían los dos) del otro. Tal vez por ello (o solo por ello) Este, escurriéndose por pasadizos y viviendo peripecias dignas de otro relato, cambiaría y contaría la historia.

Capturado Aberrado Sexual en Barrio Creta (Prensa Local).- Un asustado joven de 17 años, cuyo nombre se reserva por razones legales, dio parte a la policía de un curioso relato que motivó la captura de un presunto desviado en el sector “Barrio Creta” de esta ciudad. El ya bautizado popularmente “monstruo de Creta” solía visitar los parajes donde pululan malvivientes y los bares de mala reputación plagados de invertidos sexuales en esta bucólica localidad, donde acostumbraba seducir y llevarse a un joven efebo para dar rienda suelta a su morbosa obsesión sexual, inmoral e impublicable. El sátrapa había construido una suerte de laberinto en el sótano de su elegante vivienda, donde solía someter a sus inocentes víctimas a toda clase de vejámenes sexuales, para luego asesinarlos con un filoso cuchillo y dejar sus cadáveres pudriéndose en el sitio. Un cuidadoso examen practicado por las autoridades arrojó la presencia de mas de 35 cadáveres en distintos grados de descomposición. Por otra parte, el inhumano criminal mantenía retenido en ese sótano a un anciano cuyo parentesco con el indiciado se ignora. El anciano no ha podido aportar mayor información, y aunque se nota bien alimentado, su afasia y el hecho de ser ciego de un ojo indica posibles maltratos ocurridos tiempo atrás.

En el laberíntico sótano fueron encontrados diversos objetos de variopinta procedencia, incluyendo un laptop conectado a unas enormes cornetas, cuya única función parecía ser reproducir una y otra vez el único archivo hallado en el disco duro del equipo, corazon_delator.mp3.


El presunto criminal carece de todo tipo de identificación y aparentemente se encuentra en pleno dominio de sus facultades, si bien al ser interrogado sorprendió a las autoridades policiales de esta localidad con su declaración. Cuando se le pregunto su nombre, respondió “Me llamo Asterión. Puede llamarme Minotauro, si gusta”.


17 abril 2016

Toda benesuela es ahora mata 'e quinchoncho

Si uno googlea “el burdel del Caribe”, así entrecomillado, suelen aparecer en las primeras páginas algunas referencias a Cuba, y ninguna a Venezuela. Y se me ocurre que el motivo de ello no tiene tanto que ver con que este maltrecho país  no merece este apelativo, sin más bien con el hecho de que burdel barato no se nombra. Y paso a dar un ejemplo de este aforismo.

En los años juveniles vividos mi ciudad natal, recuerdo la existencia de tres establecimientos dedicados al comercio sexual: “La Gioconda”, el más caro, poblado de hetairas (caleñas muchas de ellas) de generosas caderas y esféricas tetas de la era pre-silicona, mujeres jóvenes en edad o en apariencia, dotadas de cimbreante andar y una cuidada técnica que no develaba abiertamente la estrategia de acelerar la eyaculación del cliente, de modo que se pudiese atender a un mayor número de visitantes, con lo cual se aumentaban los ingresos.

Luego estaba “Bello Campo”, una suerte de Lado B del anterior, muy similar aunque algo más barato, quizás con damiselas un poco ajadas, menos expertas, en las que se permitían toques de cotidianidad como algún diente faltante, cierta bizquera o algún taco en las conversaciones. Estas eran las dos opciones que se mencionaban cuando algún turista o familiar visitante requería información sobre tales servicios, teniendo cada una de ellas sus defensores y detractores en virtud de parámetros como ubicación, costo y atención.

Pero también estaba “Mata ‘e Quinchoncho”. Un botiquín que ocupaba una casa fea, vieja y desangelada, en una zona deprimida de la ciudad. No tenía ni siquiera nombre  propio, y su planta epónima era un tocón reseco desde hacía ya varios lustros. Era refugio de estudiantes, oficinistas de medio pelo, trabajadores subpagados y pelabolas en general. La edad promedio y el diámetro abdominal de las anfitrionas superaban ampliamente los baremos de los locales antes nombrados. Allí iban a  dar las trabajadoras que ya no tenían cabida en los burdeles de más categoría y, como es lógico, sus tarifas eran solidarias. Muy solidarias. Era este un lugar al que se iba furtivamente y del que se negaba rotundamente su conocimiento; cuando se hablaba del mismo, siempre se usaba un tono de guasa acompañado de una mirada cómplice, como quien se refiere a la marihuana.

Ir a La Gioconda o a Bello Campo constituía motivo de orgullo, las altas tarifas allí requeridas evidenciaban la prosperidad del visitante y su disposición a darse buena vida, por lo que las virtudes de las damas allí presentes solían ser ensalzadas con barrocas y excelsas descripciones, siendo común el uso de eufemismos como “damas de la noche” o “cortesanas” para catalogar su oficio. Por otra parte, a Mata ‘e Quinchoncho siempre se iba a “sacarse el queso”, y no era raro oir en las anécdotas contadas al respecto (que solían salir a flote sobre océanos de alcohol) catalogaciones como “esa gorda de mierda”, “la vieja mamaguevo” y por supuesto, a cada instante la palabra “puta”.

Mi reciente viaje a Barcelona (la de Venezuela, se entiende) por cuestiones de trabajo, me hizo percibir como nos estamos convirtiendo en una suerte de mata ‘e quinchoncho de la región, (aunque con una fundamental diferencia: la hermosura de la oferta local) deviniendo en una locación especializada en calmar las urgencias prostáticas de los árabes y asiáticos que debido a las políticas de “la nueva pedevesa socialista” se han convertido en magnates de nuevo cuño. A estos se unen los brasileños, guyaneses y trinitarios que aprovechan el insólito rendimiento de sus divisas en esta caricatura de economía para tener acceso, entre otras cosas, a los servicios de mamacitas venezolanas a muy bajo costo.

Una mañana, a las 5:30 am noté como al hotel donde me alojaba a compañía para la que trabajo, hotel que tiene ínfulas de 5 estrellas (una noche allí cuesta 4 sueldos mínimos venezolanos), ingresaba una muy joven beldad, acompañada de su respectivo proxeneta, quien se abría paso entre porteros, recepcionistas y vigilantes a punta de dádivas; el objetivo era entregarla “en sus manos” a un caballero de rasgos arábigos quien prepagó de inmediato el servicio desembolsando la para él despreciable suma de diez dólares. Diez miserables dólares que equivalen para el destruido bolsillo venezolano a un mes y pico de sueldo mínimo.


Comentando el incidente con el taxista que luego me traslado a mi sitio de trabajo, éste (sabelotodo como buen taxista) me dio detalles sobre el costo del servicio en moneda local (12.000 Bs por hora) y manifestó conocer representantes que ofrecían tarifas más altas, si bien la caracterología del producto ofertado en todos los casos era “máximo nivel, puro lomito”. Creo que para el cliente extranjero, sin embargo, hablar de lo vivido aquí es algo tan vergonzoso como admitir que se visitó mata ‘e quinchoncho. No da prestigio contratar una prostituta que resulta tan barata, por muy hermosa y núbil que sea. En el sempiterno burdel del Caribe, las tarifas son más elevadas. Y las putas saben hablar inglés.

* La grafía "benesuela" en el título es un modo de retratar aquello en lo que ha devenido Venezuela durante este régimen. Una versión marginal, descuidada, estupidizada de si misma.

29 marzo 2016

... Y me dió por escribir un haiku

¿habrá conjunción planetaria? ¿o el súbito despertar de un vórtice de energía? No se si el origen es tan poético y místico o algo tan estéril como una casualidad estadística.

El caso es que hoy, pro primera vez en muchos años, tuve unos minutos libres sen mi trabajo. En ese trabajo que me gusta mucho pero que me mantiene con el acelerador pisado y los sentidos en alerta máxima de lunes a viernes de 7:00 am (o un poco antes) a 4:00 pm (o un poco después). De modo que: ¿que hacer con esos minutos libres? Entré en un sitio web de generación aleatoria de palabras. Tomé las 3 que salieron (sol, cuchara, cereal) y con ellas escribí un haiku. Ahí va.

Solo, como sol
un dorado cereal
en la cuchara

Si algún día vuelvo a tener minutos libres, lo volveré a hacer, lo disfruté un montón.

20 febrero 2016

Diálogo imaginario con un marido muerto

Como parte de unos ejercicios que estoy adelantando, en mi empeño de escribir mejor, comparto este texto que se generó según el reto que a continuación transcribo: Escribir el siguiente monólogo interior (20-40 líneas): "Dirigiéndose imaginariamente a su marido muerto, la viuda, mujer convencional y estrecha de miras, le reprocha que nunca le hiciera una declaración de amor como Dios manda". Esa descripción de la mujer me hizo pensar en algunas mujeres evangélicas o protestantes que conozco, de esas que obedecen a pies juntillas lo que sus ultraconservadores pastores les indican, de modo que que bajo sus largas y descoloridas faldas sus piernas van tan peludas como sus sobacos, y su cabello opaco y largo se apiña desmayado en una coleta sin gracia. Me produce cierta curiosidad el hecho de imaginar justamente una protestante al leer la frase "mujer convencional y estrecha de miras", pero aquí en Venezuela es así. En otros países, supongo que esa descripción se corresponderá más con una católica... aunque las que se deben llevar la palma son las musulmanas.

No obstante, a mi me salió una de esas evangélicas que se autodenominan "cristianas" (que lo son, pero también las católicas, ortodoxas, etc) y el diálogo va así:

En momentos como ese, era inevitable que Ingrid recordase a Jonás, y sostuviese con él farragosos e imaginarios diálogos (más bien monólogos, porque en ellos su esposo solo pronunciaba monosílabos e interjecciones). Esto, que la inquietaba al principio, dejó de causarle remordimientos desde que su pastor le indicó que no había nada de mundano en ello, siempre que no descuidase la obra del señor, claro está. Ingrid se desquitaba del carácter taciturno de Jonás Gandica, elucubrando las conversaciones que, por temor, por timidez o por autocensura, jamás pudo sostener con su cónyuge. Aquel tarde, aburrida y canicular como es costumbre en la depauperada ciudad dormitorio en que habitaba, el asunto se decantaba por estos vericuetos:

-         Gandica, ¿se acuerda de cuando estuvimos en Coro? ¡tan bonito todo! ¿verdad?
-         Umjú… (Ingrid era una maestra imaginando a Jonás respondiendo del parco modo usual en el)
-         Me hubiera gustado volver. Pero es que usted se empeñó en ir a Caracas después, y claro, yo lo acompañé porque soy su mujer y es mi deber ir a su lado para atenderlo como es debido. Pero le digo algo. A mi Caracas no me gustó, con ese ruido y esos zagaletones en moto y esa asquerosidad de hombres agarrándose de la mano y mujeres mostrando las carnes. Gloria al señor que encontramos la iglesia del pastor Manuel Colina y pudimos ir al culto como corresponde, pero usted sabe bien que yo nunca quise volver a esa ciudad perdida, y usted, tan bueno como siempre, me complació.
-         Ah bueno, pa’ que vea…
-         ¿Se acuerda de la hermana Domitila y su esposo, el hermano Tulio? ¡Qué gente tan buena! ¡Y conocedora de la palabra! Por ellos es por el único motivo por el que hubiera aceptado volver a la capital, pero después, claro, usted se enfermó y la gente que dejó encargada del taller no le cumplió y bueno, usted sabe lo que pasó después, ¿no?
-         Ajá…
-         Ay Gandica… ¿Por qué tuvo que morirse? ¡Gloria al señor en sus designios! Yo oro todos los días pidiéndole al señor el entendimiento para aceptar que se lo llevó de mi lado y leyendo el libro de la sabiduría en la biblia esa tan bonita que usted me regaló cuando nos comprometimos. Es que usted si tuvo detalles conmigo, y doy gloria al señor porque usted dejó la vida mundana cuando se casó conmigo, pero usted sabe que eso no es mérito mío sino de él, que obró a través de esta simple integrante de su congregación…
-         Pues si…
-         Gandica, yo se que de eso no se habla pero usted ya está en la gloria del señor y no debe importarle que le pregunte eso, con mucho respeto porque usted es mi marido y siempre lo será aunque esté muerto, porque yo estoy dedicada a la obra del señor y no pienso volver a tener marido nunca más, pero ¡dígame algo!
-         ¿Qué será?
-         ¿Por  qué usted nunca me dijo que me quería? ¿Por qué no se me declaró como debe ser, sino que se limitó a decirme “nos casamos el 18 de octubre en el templo del pastor Ronaldo Vargas”? ¿Por qué cuando estábamos usted y yo solos yo le decía que mi único amor terrenal era usted, gloria a Dios, y usted nada más decía “igualmente” y no me decía que me quería? ¿Porque, porque, porque? E invariablemente, llegado el momento de formular estas preguntas, la imaginación de Ingrid se esterilizaba de pronto, se desvanecía, y jamás lograba idear la respuesta que le hubiera dado el difunto, lacónico y adusto Jonás Gandica de quien ella, sin atreverse a reconocerlo, seguía enamorada aún después de haber transcurrido más de veinte años de su muerte.

La imagen es un cuadro de Van Gogh: "Cabeza de una mujer campesina con gorra blanca"