20 abril 2010

Vuelta a la Patria (chica)


No se si fue por el clima benigno, la agenda relajada, el amor de la familia, la alegría de ver a viejos amigos, la sorpresa de descubrir edificaciones y desarrollos urbanísticos que desconocía, la buena compañía o una combinación de todo. Pero esta vez realmente disfrute de mi viaje a San Cristóbal. Quizá este opinando desde la emotividad, pero percibí muchos cambios en la urbe con respecto a mi última visita, en 2008. Aquella alegría inmanente que se respiraba en los 80’s y que parecía haberse desvanecido, las caras sonrientes y la actitud cordial que según recordaba, iban desapareciendo; el boom de la construcción, inédito desde inicios de los 90’s, y una especie de renacer y acendramiento del sano regionalismo, o mas bien sentido de pertenencia, que se refleja en el exhibir con orgullo la franela del Deportivo Táchira o en el permanecer del “usted” en el tratamiento, por citar dos ejemplos.

Fue también un alivio transitar por las calles sin sentirme amenazado por los cornetazos y el reguetón a todo volumen, y por el sempiterno culto a la imagen y mensaje de odio que cultivan Esteban y sus focas. Un apreciado amigo me dijo que todo esto ocurría a costa de la contaminación (que verdaderamente la hay)… pero viniendo de Caracas, casi cualquier lugar de Venezuela parece descontaminado, silencioso, y de tránsito fluido. Otro amigo me dijo que de alguna manera, el cambio en la gestión gubernamental se notaba, y me pareció lógico. Es que si revisamos el historial de gobierno del Táchira (un paquidérmico militar al que solo le interesaba llenar sus bolsillos, precedido por un tiranuelo émulo de esteban, precedido por un grisáceo inoperante, precedido por un desubicado con complejo de star system) veremos que no ha habido mucha suerte en este estado para elegir a su gobernante; así que esperemos que el actual ocupante del Palacio de Los Leones siga por buen camino, a pesar de que lo dejaron sin recursos para dárselos al virreinato paralelo que reporta directamente a Caracas (o a La Habana).

En resumen, fue un viaje que repetiría sin pensarlo dos veces. Detalles menores, como la bulla de los adolescentes cincuentones del festival de motos de alta cilindrada (o algo así) o el retraso de 5 horas en el vuelo de Conviasa, no opacan la brillante impronta de estos días de reencuentro con mi ciudad, mi familia, mis amigos, mi idiosincrasia, y sobre todo de reencuentro conmigo mismo