13 junio 2010

Séptimo Día

La literatura, la música, la tradición oral, están llenas de alusiones positivas al día domingo. Se relaciona con descanso, pero también con alegría, paseos, risas, jolgorio, diversión bajo el sol, deporte, unión... casi que es imposible pensar que si se es niño, y es domingo, no pueda pasar nada que no sea maravilloso, el clímax de la felicidad, un colorido nirvana de alborozo.
Mis recuerdos de los domingos en mi niñez son totalmente opuestos a todo eso. Odiaba la llegada de ese día, porque despues de las 9:30 a.m. cuando culminaba el capítulo de "Patrulla del Espacio", que era la única cosa interesante para mi que ocurría, comenzaba el goteante y cansino transcurrir de las horas en medio de un aburrimiento agobiante, el día transcurría sencillamente deseando que llegase el lunes para asistir al colegio. ¿Suena insólito? tal vez si describa un poco el ambiente de esos domingos pueda tener sentido tan anormal conducta.
Provengo de una familia matriarcal, controladora, castrante y represiva, con una madre todopoderosa que imponía su retorcida visión de la vida a todos los miembros de la familia (incluyendo a la fámula de turno) y un padre trabajólico para quien los fines de semana eran sinónimo de estarse echado en cama o en un sillón, en piyama, leyendo y dormitando. Yo no tenía lista de prohibiciones. Tenía lista de permisos, que era mucho mas corta. Todo estaba prohibido. Jugar en la calle, tratar otros niños que no contasen con la aprobación materna, mojarse, hacer ruido, correr... para jugar con algo tenía que pedir permiso, y si las visceras de la todopoderosa matriarca no estaban en vena para ello, pues no se podía jugar con ese juguete, porque era peligroso, o no era debido, o la familia estaba de luto, o simplemente "por que no me da la gana".
Los domingos, por algún motivo, siempre eran calurosos e hipersoleados, hasta la intoxicación. Vivíamos en una casa fea, desgarbada, kitsch, introspectiva, con solo una ventana al exterior (que por supuesto, siempre estaba cerrada) e improvisados huecos entre los tejados, por donde se colaba una luz solar antipática, amarillenta, exasperante, que resaltaba lo paradójico de tener tanta iluminación sin siquiera poder aspirar a una vista exterior. La actividad obligada del domingo consistía en zamparse un opíparo almuerzo y luego calarse la seguidilla de spaghetti western repetidos que constituían el menú vespertino único de la televisión de los 70's, todos sentados muy derechos en la sala de la casa, donde su majestad, un televisor Zenith blanco y negro, reinaba como lugarteniente único del matriarcado. Los predecibles diálogos del esquema vaquero-blanco-bueno e indio-malo eran matizados por el murmullo de las canciones de Elio Roca, Jairo o Palito Ortega que la mucama escuchaba en un radiecito de pila mientras planchaba en un rincón de la sala (no se les permitía salir los domingos, ya que "podían salir con una barriga"), actividad que a mi se me antojaba incluso mas divertida que ver por trigésima quinta vez "Por un Puñado de Dólares" o "El Bueno, el Malo y el Feo". Sin embargo, las lágrimas silenciosas de muchas de las servidoras revelaban lo poco grata que resultaba la tarea.
En ese rígido universo donde todo era acartonado, desde los cuellos almidonados de las camisas hasta la postura que había que adoptar en el sillón, cualquier ruptura de la rutina era bienvenida. Una visita, un temblor de tierra, un ventarrón que derribase la antena, una invasión de hormigas aladas, eran sorpresas bien recibidas que aportaban algo de variedad a ese día que no puedo imaginar de otro modo que una tortura color sepia. Cuando el domingo llegaba a su fin, y se aproximaba el lunes, yo agradecía el hecho de que pronto podría conversar con mis compañeros de clase y escuchar las enseñanzas de la maestra, mucho mas entretenidas que los diálogos de esos previsibles filmes.
No niego que alguna vez hubo algún paseo, alguna visita al parque, alguna invitación a una piñata o reunión, pero ello ocurría con tan poca frecuencia, que el mal recuerdo de esos domingos aburridos solapa cualquier variación. Yo me preguntaba como sería la vida de aquellos niños cuyos padres jugaban beisbol o futbol con ellos, o que pasaban el dia en la calle, jugando metras o trompo con sus vecinos. Ahora que recuerdo, creo que papá jugo ajedrez un par de veces conmigo, e incluso me atrevería a decir que una vez, jugamos monopolio, cuanto yo tenía como 8 años.
Para escapar del agobio, me aficioné a la lectura, y no era raro que devorase un libro completo cada domingo. Despues de haber hecho la primera comunión, asistía regularmente a misa, actividad que me parecía mas divertida que la sobredosis de mala televisión, quejas y caras largas que predominaba en casa. Además, podía ver gente, paisaje urbano, visiones mas amplias que el cuadrito de cielo que desde casa se vislumbraba entre techo y techo. Con los años la situación se fue atenuando, la dictadura se fue suavizando (nunca llego a la normalidad, pero en algún momento se hizo soportable), la programación televisiva se fue diversificando, y fueron apareciendo opciones para los domingos, como estudiar o trabajar. Incluso nos mudamos a un apartamento donde empecé a disfrutar del hasta entonces inédito placer de tener una ventana en mi cuarto. Pero aún no he logrado borrar esa correlación entre domingo y aburrimiento, que de vez en cuando consigue motivos para reafirmarse.

2 comentarios:

Sin Anestesia dijo...

Sal... ay Sal!

Mis domingos también los recuerdo tristes pero no por las prohibiciones sino por la soledad y el silencio, los mayores de mi casa andaban cada uno en lo suyo y yo, como un animalito callado me entretenía escudriñando closets y gavetas, o simplemente tomaba mi bicicleta y me desaparecía por horas

Recuerdo la tele como algo que sonaba al fondo sin que le pusiera mayor atención.
Sí, los domingos suelen ser, inclusive hoy, días tristones, melancólicos.

Cuando me fui a vivir a París por los años 80, recuerdo que me metía en la Iglesia a oir misa sólo para matar el tiempo, y salía de ahí, y sentía como el corazón se me iba derramando dentro del pecho como un helado derretido mientras caminaba por las calles vacías viendo vitrinas oscuras y contaba los minutos para que llegara el lunes..

A veces pienso que todos esos momentos de aburrimiento y soledad me convirtieron en la persona reflexiva que soy hoy, me proporcionaron el espacio y el silencio suficiente para pensar y cuestionar el mundo, la vida, lo que hacemos y dejamos de hacer, en fin...

Me encantan tus relatos porque muchas veces me veo reflejada en ellos.

Un abrazo de domingo lluvioso

ßĕłłą кіẅі Ĉŗąûz dijo...

Mis domingos a pesar de tener variedad tienen un color sepia que tiñe toda su extensión, ya que en la televisión si se tienen un nivel de cultura e inteligencia que va mas allá de pensar en lo que se lleva o lo que esta a la moda en la no encontraras distracción, y donde solo queda esperar a que toque mi tiempo en la computadora para abrir mi pequeña fuente de conocimientos, donde encuentro blogs de gente inteligente, la cual lee, y escribe, que grita al vació del Internet lo que siente donde las pocas mini personitas (Prefiero ese termino antes que niños, nenes o críos) que apreciamos tal arte leemos la creatividad y emoción, pero hasta que eso no pase nos toca pensar en otras cosas, por mas que use las redes sociales, prefiero un libro en papel donde oler sus palabras y extraer su conocimiento se vuelve la distracción de mi domingo, pero ahora en la situación económica en la que estamos la cultura literaria es muy costosa, y hasta que yo no trabaje me conformare con repetir libros y leer uno nuevo de cuando en vez, o por mi fiel amigo el Internet. Y que se que son mucho mas emocionantes ahora, pero a mi parecer preferiría volver el tiempo, y leer. Por que la cultura es mejor que lo que piensan muchos como la frase que invente:
"La cultura es el tesoro que la humanidad conserva para dejar su rastro de inteligencia"