21 julio 2013

Más tonto y más feliz

En mi turbulenta adolescencia, llena de altibajos anímicos, leí un cuento de ciencia ficción en el que una hipotética sociedad futura encargaba a unas computadoras la dirección del destino del mundo, ocupándose aquellas de cultivar alimentos por medios mecánicos y suministrando, además del sustento, diversiones y entretenimiento a los ciudadanos. El relato transcurre a través de la interacción entre 4 personas, que se hacen cada vez más banales y básicas, hasta que terminan, como recién nacidos, únicamente tomando alimento y durmiendo beatíficamente; súmmum de la felicidad según los aparatos de marras.

Aquel relato me pareció en su momento la más temible historia de terror que hubiese leído. Más allá de la imposibilidad práctica de alimentar a toda la población mundial, me asustaba ese concepto (muy común en obras futuristas) de que la búsqueda de la felicidad conduce a la ignorancia y al adormecimiento del raciocinio.

Por cierto, no puedo recordar cómo se llama el relato, ni siquiera con la ayuda de San Google.

El caso es que conscientemente reconozco haber transitado esa ruta, y me siento prueba viviente de la veracidad de la correlación mas felicidad = menos raciocinio.

En mis atormentados veintes y treintas, de peladera implacable y escasísima repercusión en el entorno (como no fuera bajo el desechable concepto de “cerebrito”), escribía largos y enrevesados textos que sólo yo leía, creaba interminables y complejas cadenas de ideas para mi propio consumo, leía y disfrutaba textos densos y aprovechaba las largas y no siempre voluntarias horas de aislamiento para la introspección reflexiva. Y de vez en cuando me preguntaba para que cosa (más allá de condimentar anecdóticamente algunas reuniones) servía la buena memoria y la agudeza de ingenio que creía tener; pidiéndole secretamente a Dios una vida más próspera y muelle, aun a costa de cierta torpeza neuronal.

Y exactamente eso me fue concedido.

Hoy estuve tratando de leer un blog sobre reseñas de cine y libros en el que caí por azar, y me pareció no solo aburrido, también rayano en lo incomprensible y excesivamente denso. Que eso mismo me haya pasado tratando de leer a Jacques Derrida puede entenderse, pero… ¿un blog de reseñas? Eso me da una alerta, y quizás es la señal que esperaba pera empezar a tomar medidas contra la demencia senil o el Alzheimer.


Pero con todo, no me arrepiento, y prefiero esta felicidad y esta vida fluida y semientumecida, al hábito pretérito de practicar consuetudinariamente  agudas disecciones de mi propia miseria.

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