La verdad no encuentro como empezar este post. Retomar un blog luego de haberlo abandonado por casi un año no es tarea fácil. Debo confesar que buena parte de ese año transcurrió bajo el signo de sacarle el cuerpo a este instante, tratando de evadir esa especie de auto rendición de cuentas que surge en momentos como este. Pero bueno, aquí estoy de nuevo. Supongo que mis antiguos lectores (pocos, pero apreciados y notorios) habrán huido hacia entornos cibernéticos mas regulares, escritores más constantes, textos más actualizados. Tal vez aparezca algún nuevo lector por allí, e incluso, quizás reaparezca alguno de los anteriores, cosa que me alegraría mucho.
En estos 10 meses sin escribir, han surgido sobradas ocasiones para comentar lo que ocurre en mi entorno. Desde pesadeces inmamables como los hasta ahora fallidos intentos del gobierno por imponer un pensamiento único, predecible, aburrido y obsoleto, hasta notas de alegría pueril, como la experimentada cuando, por primera vez en mi vida, compré un vehículo 7 Kms. (bueno, el cuenta kilómetros marcaba 0000007). Pero hoy, en clave liviana, escribiré sobre los gatos de “Los Manolos”
Quien me conoce bien sabrá que yo soy muy animalero, y que aunque en mi apartamento no puedo tener mascota alguna (bueno, por ahí vi una chiripa la otra vez, pero eso no puede ser considerado como una mascota), no pierdo oportunidad de intentar socializar con perros, gatos, loros y otros bichos de uña, cada vez que me los tropiezo. Particularmente me gustan mucho los felinos. De allí mi alegría cuando descubrí, en ese accidente urbano llamado “Barrio Los Manolos” situado detrás del edificio donde vivo, que además de disparos, música a alto volumen y caos arquitectónico, existe una suerte de comuna gatuna que puebla los techos, socializa, se disputa el territorio, se reproduce, intenta (hasta ahora inútilmente, según he visto) cazar las palomas y los loros que también se posan en los techos, y en fin, constituye motivo de entretenimiento permanente. He pasado largos ratos (a veces en compañía de Pablo) mirando los ires y venires de los gatos, sus fieras peleas territoriales, sus fallidos intentos de caza que resultan cómicos y en general su dinámica. Le hemos colocado sobrenombres a algunos de esos felinos, que por lo visto moran dentro de las casas del sector pero hacen su vida social sobre los techos de las mismas. Y en los ratos de stress o aburrimiento, la observación de gatos me resulta tan útil como a muchos la observación de pájaros, con la ventaja de que la hago desde el balcón de mi casa.
Y de regalo, una foto de un gato que supongo en su caso lo llamaran “Micifú” o algo parecido, pero que nosotros bautizamos “El Japonés” por sus ojos rasgados
En estos 10 meses sin escribir, han surgido sobradas ocasiones para comentar lo que ocurre en mi entorno. Desde pesadeces inmamables como los hasta ahora fallidos intentos del gobierno por imponer un pensamiento único, predecible, aburrido y obsoleto, hasta notas de alegría pueril, como la experimentada cuando, por primera vez en mi vida, compré un vehículo 7 Kms. (bueno, el cuenta kilómetros marcaba 0000007). Pero hoy, en clave liviana, escribiré sobre los gatos de “Los Manolos”
Quien me conoce bien sabrá que yo soy muy animalero, y que aunque en mi apartamento no puedo tener mascota alguna (bueno, por ahí vi una chiripa la otra vez, pero eso no puede ser considerado como una mascota), no pierdo oportunidad de intentar socializar con perros, gatos, loros y otros bichos de uña, cada vez que me los tropiezo. Particularmente me gustan mucho los felinos. De allí mi alegría cuando descubrí, en ese accidente urbano llamado “Barrio Los Manolos” situado detrás del edificio donde vivo, que además de disparos, música a alto volumen y caos arquitectónico, existe una suerte de comuna gatuna que puebla los techos, socializa, se disputa el territorio, se reproduce, intenta (hasta ahora inútilmente, según he visto) cazar las palomas y los loros que también se posan en los techos, y en fin, constituye motivo de entretenimiento permanente. He pasado largos ratos (a veces en compañía de Pablo) mirando los ires y venires de los gatos, sus fieras peleas territoriales, sus fallidos intentos de caza que resultan cómicos y en general su dinámica. Le hemos colocado sobrenombres a algunos de esos felinos, que por lo visto moran dentro de las casas del sector pero hacen su vida social sobre los techos de las mismas. Y en los ratos de stress o aburrimiento, la observación de gatos me resulta tan útil como a muchos la observación de pájaros, con la ventaja de que la hago desde el balcón de mi casa.
Y de regalo, una foto de un gato que supongo en su caso lo llamaran “Micifú” o algo parecido, pero que nosotros bautizamos “El Japonés” por sus ojos rasgados
3 comentarios:
Me alegro de que todo vaya bien, y me alegro del regreso, yo tamopco escribo mucho, pero bueno, por aquí andamos. Me gusta la idea de tener paciencia para observar la conducta de los animales, seguro que se aprende algo de nosotros, a fin de cuentas también somos animales territoriales. Yo con los gatos no me llevo bien, supongo que es cuestión de química, pero me gusta ver a las personas con los gatos, debe ser porque yo tengo cierta dificultad.
Un placer volver a leer el blog.
Los gatos son una maravilla. A veces, un tanto meticulosos pero arriesgados. Saltan y ya!. Luego se adaptan al terrenos. Arrechìsimos! (tanto como el ritornello de tu tecleo). Salud!
Lo primordial por encima de todo es tu regreso. Es cierto que en tu asuencia los comentaristas habituales desaparecen pero no tardan mucho en regresar.
También soy animalero pero tampoco puedo tener mascotas. En las enormes naves donde trabajo se ha formado una comunidad felina similar. Nos quitan los ratones de verano y a cambio en invierno, cuando escasean, los alimentamos. Estos si han cazado palomas y hasta gazapos pequeños.
Por cierto cuando compré mi auto marcaba eso: 0000007.
Abrazos.
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