15 marzo 2009

1 Hora de sueño / Un sabado surrealista (parte 2)

Continuo el relato de mis experiencias, una vez que abandone esa suerte de camara de torturas en que se habia convertido el consultorio de mi odontologa (y no por el taladro precisamente); aquel sábado en que tuve la infeliz idea de levantarme una hora tarde.

Pues ocurre que había que hacer mercado, esa actividad que tiene tantos adictos y que en los comerciales de TV se pinta como un nirvana urbano de sonrisas hiperbólicas, alborozo infantil, esbeltas damiselas y aplomados caballeros. Como es usual, la realidad no se parece en nada a lo que sale en los comerciales de TV.

Luego de competir rabiosamente por el último espacio disponible en el estacionamiento del supermercado en cuestión, que se situaba aproximadamente a 350 mts. y siete niveles mas abajo de la entrada del mismo, entré en el templo del consumismo con la misma actitud del esclavo azteca que subía al cadalso para ser sacrificado a Quetzalcoatl; sabiendo que el acto era necesario pero preguntandome una y otra vez ¿"por que yo?". Una furiosa señora con complejo de Schumacher me saco de mis reflexiones, al atropellarme con su carrito y seguir inmutable, cual marabunta, arrojando frenéticamente todo lo que se le atravesaba en los anaqueles dentro de las fauces del carrito. Así que opté por pasar al compartimiento de licores, que siempre me pareció un oasis relajante dentro de la orgía de movimientos, atascos, gritos, niños corriendo y acomodadores perezosos.

Pero ¡Horror! habia promotoras, es decir, muchachas muy jovenes y muy flacas con faldas muy cortas y tetas operadas que lucian sus falsas sonrisas manchadas de lapiz labial para coaccionar al cliente masculino a comprar la bebida de muy mala relación precio-valor que ellas promocionaban, so pena de hacerlo sentir como un imbecil, un impotente o un anciano. Así que tomé mis botellas apresuradamente y salí de ahí sin disfrutar del hermoso reflejo de las luminarias en el curvo vidrio de los envases, quizás uno de los pocos eventos fascinantes que ocurre en un supermercado.

Pase entonces a uno de los departamentos mas temidos por mi: Los vegetales. Es muy estresante tratar de pasar por todos los carritos estacionados mientras los compradores examinan uno a uno los melones, las naranjas, los ñames y los tomates, en la búsqueda del ejemplar perfecto, que tenga menos magulladuras, textura canónica y paradigmático color. A veces provoca preguntarles cual quedó en segundo lugar, para uno llevárselo y evitarse el proceso. En este departamento, como ocurre siempre, no pude evitar rozar ligeramente a una matrona que casi estaba metida de cabeza entre los brocolis, y que, ofendida por el toque; se volteo y murmuró una sarta de insultos no se si en portugues, siciliano o catalán.

Tocaba el turno de los fiambres y carnes, donde no se porque está establecida la costumbre de chismear en alta voz. Así, mientras me despachaban el pedido, me enteré sin querer de que la hija de fulana salió preñada, al ministro zutano lo volvió a coñacear el mancebo que mantiene en su reducto de la urbanización X, que el dolar paralelo estaba a 6,50 Bs.F. y que el concierto de Robert Hodgson había estado "chísimo". Claro, despues de aproximadamente 90 minutos de espera, uno termina prestando atención a lo que dicen quienes, por lo visto, no tienen nada que hacer en casa y disfrutan de la tortura de estar allí perdiendo el tiempo esperando un filete y unos gramos de jamon.

En las góndolas, el tiempo parece detenerse mientras por un lado una avezada adolescente elige entre 438 tipologías de champú aquel que dejará su cabello más suave, terso, liso y brillante, y por otro un desorientado señorón trata de entender la letra confusa de su mujer y ruega no equivocarse en la adivinación de las marcas que ella prefiere (no se que le hubiera costado a la buena señora especificar la marca pero bueno... así funciona la cosa). En esa detención del tiempo no hay nada Nerudiano. Es que simple y prosaicamente entre los dos atascaron el pasillo y crearon una tranca descomunal, envidia de la autopista Francisco Fajardo un viernes último a las 5 de la tarde.

Los intentos de algunos "vivillos" de colearse en la fila del pago merecerían un post aparte. Y el paradigma del triple nudo gordiano en las bolsas de la compra, de modo que no puedan desatarse y haya que recurrir a la tijera para poder sacar el contenido, ameritaría un estudio antropológico.

Lo que si ers muy simple es el cansancio, hastío y agotamiento mental que me produce cada visita al supermercado, y que suelo paliar atragantándome con algún artículo de la cesta básica, como la nutella, las galletas oreo dark o los chicharrones picantes... que adquiero en el mismo supermercado. Enfermedad y remedio a la vez. Ni modo, la otra opción sería volver a la era pre-revolución agrícola y cultivar la tierra para obtener mis propios alimentos... y de esa manera, ni soñar con la nutella, las oreo o los chicharrones!

2 comentarios:

Sin Anestesia dijo...

Coño pana, ir al mercado es una ladiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiilla!!!
yo me llevo el Ipod y trato de aislarme porque me empiezo a poner nerviosa y angustiada y termino realmente alterada, termino agotada, por eso procuro ir a horas que no haya tanta gente.
Es ahí cuando despotrico de la comida y me pregunto cuando inventarán las pastillas que eviten todo este proceso de selección, compra, preparación etc, pero luego cuando llego a casa y me preparo una pasta putanesca con alcaparritas, aceitunas negras en trocitos, y unas anchoas me digo.... valió la pena!

Un beso mi Sal querido

Silmariat, "El Antiguo Hechicero" dijo...

Y si escribes un libro?

Todo lo mejor para ti.