El devenir estético y perceptual de la hace poco cumpleañera ciudad de Caracas puede asimilarse muy bien a la historia de Helena Merlin. Finalista en el Miss Venezuela de 1975, cautivó a muchos con sus ojos de límpido azul, su cuerpo escultural, su verbo fresco. La intrépida juventud le dio alas para, una vez cumplido su periplo por los concursos de belleza, dedicarse a probar todo lo que le ofrecían: aventuras, viajes, experimentos artísticos, vida en comunas, amor libre… pero también drogas recreativas y hampa. Cuando esas alas de la juventud dejaron de funcionar, se encontró a si misma avejentada, fea, deteriorada, inútil. La espiral descendente la lleva a ser hoy una vulgar latera, una indigente que pide limosna para poder comprar su piedra (crack) cotidiana, y a veces comer. Solo los abismos de sus ojos remiten a su belleza de otrora.La Caracas de principios de los sesentas se conocía como “La Sucursal del Cielo”. El clima amable, la infraestructura vial y de servicios óptima, la seguridad de sus calles y la belleza de su paisaje urbano justificaban este calificativo. Sólo que, cual joven descocada, la gestión de ciudad no supo que hacer con los ingentes ingresos de la primera bonanza petrolera (años 70). Demoliciones irresponsables, dispositivos viales que olvidan al peatón, deforestación, elefantes blancos fue parte de la herencia de esta época. La otra parte: el germen de la invasión buhonerística que ha transformado esta ciudad en la sucursal de Fenicia, sin su esplendor.
La crisis de los años 80 agravó la situación y le dió carta blanca a la tropelía del comercio informal, convirtiendo en norma aberraciones como los tenderetes que impúdicamente ocupan aceras y calzadas, los hombres-quincalla en los semáforos y la colocación de piercings, tatuajes o extensiones capilares en plena calle. La nueva bonanza petrolera, lejos de procurar una solución a la depauperación urbana de la capital Venezolana, en clave de populismo brutal ha dado aliciente al fenómeno del buhonerismo, con su legado de olores pútridos, hampa y deterioro de espacios públicos. Hoy casi toda Caracas luce como Helena Merlin: ajada, desgastada, mugrienta, hedionda, alicaída, con apenas vagas sombras de su hermosura pretérita.
Helena Merlin confía en recibir ayuda para acudir a una clínica de rehabilitación y salvarse del abismo de la narcodependencia y la miseria. ¿Tendrá salvación Caracas?


